Page 44 - Las ciudades de los muertos
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Tomó otro pedazo de carne.
—Me gusta. ¿Es difícil de conseguir?
—Todo depende de lo que puedas gastar.
—Sabe como la carne de buey, fuerte y suculenta.
Continuamos comiendo sin intercambiar palabra durante un rato. Larrimer pidió
una segunda botella de vino, que se bebió casi entera. Tuve la impresión de que el
humo lo estaba afectando mucho más que a mí. De todos modos, parecía saborear la
comida con deleite, al igual que la música, las luces, la gente, quizá mucho más de lo
habitual para un extranjero. Pensé que querría permanecer ahí toda la noche, pero,
más tarde, cuando todo el mundo había acabado de comer, la música se volvió más
febril y, de pronto, apareció un grupo de bailarinas que empezaron a danzar entre la
audiencia. De repente, Larrimer se inclinó hacia delante y me cogió del hombro.
—Esto es demasiado para mí. Salgamos.
Era casi medianoche y las calles estaban desiertas. Las ranas del Nilo croaban
incansables, el agua se deslizaba lentamente. Sin duda alguna, Larrimer había bebido
demasiado, andaba dando traspiés y golpeándose contra las paredes mientras se reía
quedamente por algo que se le había ocurrido.
—Señor Carter… Howard.
—¿Sí?
Titubeó un instante antes de continuar.
—Quiero… ¿Tienes algún plan para el resto de la noche?
—Únicamente dormir.
—Quiero ver el desierto. ¿Me llevarás allí?
—Es tarde. Si pensamos levantarnos temprano mañana para empezar la visita del
Valle, sería mejor que nos fuéramos a dormir los dos.
—El tren procedente de El Cairo bordeó buena parte del desierto y, a la luz del
día, me pareció muy hermoso. Me gustaría verlo de noche.
—Habrá muchas más oportunidades de hacerlo.
Dejó de caminar y volvió el rostro para observarme de arriba abajo.
—¿Podríamos hablar unos minutos?
Lo único que yo tenía ganas de hacer era irme a casa y acostarme, pero era
evidente que algo le bullía en la mente.
—Si quieres, sí.
Se sentó a orillas del rio, pero de espaldas al agua.
—Hay algo en el cielo sobre el desierto… Hay algo especial… —esperé a que
continuara—. En el tren no pude dejar de observar el cielo y la arena. El cielo posee
un tono azul tan profundo…, transparente, abierto, acogedor. Luego nos alejamos del
desierto en dirección a las tierras de cultivo y desde entonces estoy impaciente por
volver allí. —Yo me limitaba a escuchar en silencio—. ¿Es esto habitual? ¿Tiene todo
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