Page 45 - Las ciudades de los muertos
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el mundo estas mismas sensaciones?
No tenía ni idea de lo que quería que contestara.
—No estoy seguro de comprender con exactitud lo que sentías.
Alzó la mirada hacia mí.
—¿Me llevarás allí?
—Por supuesto, en cuanto pueda.
Lo ayudé a levantarse y lo acompañé hasta la puerta de su casa de huéspedes. Al
llegar, me cogió con fuerza del brazo.
—Entra un momento.
—Realmente, no creo que…
—Por favor… Compré una momia esta mañana, en la ciudad, y me gustaría que
la vieses.
—¿En la ciudad?
—El comerciante me llevó a través de un montón de callejuelas. Supongo que
para confundirme. Pero la momia es hermosa.
Una única lámpara de aceite alumbraba la habitación. Por todas partes se veían
bolsas de equipaje y parte de un equipo de acampada. En el suelo, justo delante de la
lámpara, yacía el fardo de lino que contenía la momia. Me arrodillé a su lado y
levanté la tela con cuidado. Era la momia de una niña, prácticamente idéntica a la que
Ahmed Abd-er-Rasul había vendido al barón Lees-Gottorp. Las vendas de la cabeza
estaban colocadas formando un dibujo romboidal.
Estaba a punto de contarle a Larrimer lo mismo que le había dicho al barón, que
la momia podía ser de una época posterior, pero la coincidencia me sorprendió. Cogí
la lámpara y la acerqué a la momia para examinarla, hasta que encontré una marca.
—Ahí —señaló Larrimer justo cuando la luz enfocaba el punto—. ¿Estoy en un
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error o es ése el cartucho de Ramsés III? —tocó con la punta de los dedos los
jeroglíficos mientras iba recitando el nombre del faraón—: User-maat-Ra-meri-
Amen.
En menos de un mes había encontrado dos momias envueltas al estilo ptolemaico,
con unos vendajes que databan de miles de años atrás. Parecía imposible. Alguien se
estaba tomando unas inusuales molestias para confundir a los turistas. Alguien debía
de haber encontrado un escondrijo de momias en algún lugar de las colinas de Tebas
y con toda seguridad habría más esperando a que las sacaran de allí. Alcé la lámpara
hasta que la luz enfocó el rostro de Larrimer.
—¿Quién te vendió esto?
—No le pregunté el nombre.
—¿Era uno de los Abd-er-Rasul?
Parecía avergonzado.
—No lo sé.
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