Page 60 - Las ciudades de los muertos
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No me sorprendió que Larrimer durmiera todo el día, ya que fue considerablemente
           difícil  hacerle  caminar  los  kilómetros  que  nos  separaban  del  Nilo,  cruzar  el  río  y

           ayudarlo a meterse en la cama. Bastante difícil, sí, aunque no dejé de pensar en mis
           diez mil dólares.
               Yo también dormí, pero sólo unas horas. Tuve sueños y pesadillas, «los hijos de

           Anubis», y me levanté fatigado y con dolor de cabeza. No me gustaba la idea de tener
           que volver a cruzar todo el Valle de las Reinas y empezar a vaciar la tumba, pero no,
           decidí dejárselo para Larrimer. Más tarde, ya tendría que inspeccionar yo la tumba

           para asegurarme de que no había quedado dañada. Henry podía acabar en la cárcel
           por lo que había hecho, pero de momento había que esperar a que limpiara toda la
           porquería que había allí dentro.

               Mi problema en aquel momento era que demasiadas cosas me preocupaban. El
           horror en la tumba la noche anterior, la propia tumba y la posibilidad de que hubiera

           sufrido daños. Además, la momia de Henry continuaba ocupando mi pensamiento.
               Quería desenvolverla. Me había quedado sin ver la del barón Lees-Gottorp y la
           curiosidad era demasiado fuerte para mí. Me vestí, encendí una luz, tomé un ligero
           desayuno en la ciudad y me encaminé a su habitación. La propietaria, Nora Ali, es

           una vieja amiga mía; sus hijos trabajaron en varias excavaciones conmigo y es una
           cocinera famosa. Hay que ver los platos que llega a cocinar con gemousa…

               —Buenos días, Nora. ¿Se ha levantado ya mi cliente?
               —No.  Duerme  como  un  hipopótamo  y  hace  casi  el  mismo  ruido.  Ha  estado
           gritando  en  sueños,  cosas  sobre  Anubis  y  qué  sé  yo;  los  demás  huéspedes  se  han
           quejado.

               Bajé el tono de voz.
               —Anoche probó el hachís egipcio.

               —¡Ah! —intentó que su tono de voz pareciera reprobador pero no lo consiguió—.
           Debería cuidar mejor a su cliente, Carter bajá.
               —Lo haré. Necesita que lo vigilen.
               Larrimer  se  había  desnudado  y  yacía  boca  abajo  en  la  cama,  con  el  brazo

           izquierdo  arqueado  sobre  la  cabeza  en  una  posición  rara.  Supuse  que  cuando  se
           despertara tendría el cuello rígido. Se movió en sueños y sus labios murmuraron algo

           hundidos en la almohada.
               —Los hijos de Anubis.
               Tenía el cuerpo cubierto de sudor.

               La momia estaba guardada debajo de la cama, y, mientras intentaba sacarla con
           cuidado, Larrimer cambió de posición, un brazo cayó por el borde de la cama y la
           golpeó con fuerza, hundiéndole parte del pecho, así que me apresuré a apartarla de él.

               La momia había sido envuelta con sumo cuidado. Cada dedo, de la mano y del




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