Page 63 - Las ciudades de los muertos
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—No, Henry, es mi trabajo.
               Se puso en cuclillas.
               —Nunca había visto algo así. El miedo…

               Me acerqué a él y le tendí una mano para ayudarlo a levantarse.
               —Un  momento  —desvió  la  vista  hacia  la  pila  de  vendajes  y  levantó  uno  para
           examinarlo—. ¿No dijiste que era de la época de Ramsés III?

               —Sí, tú mismo viste el cartucho.
               —Pero aquí hay otro diferente, que no puedo reconocer.
               Cogí la venda y la inspeccioné detenidamente. La marca estaba casi borrada y era

           difícil  de  descifrar,  pero  sin  duda  alguna  no  era  de  Ramsés  III.  La  acerqué  a  la
           ventana para ver mejor y conseguí leer el jeroglífico.
               —Sekhem-kheper-Ra setep-n-Ra.

               Larrimer me observó confundido.
               —¿Quién es?

               —Osorkon I.
               —¿Osorkon? Pero, Howard, ¿no reinó dos dinastías después que Ramsés? ¿Cómo
           puede ser que las vendas de una misma momia lleven ambas marcas?
               Volví  a  leer  el  cartucho:  Osorkon.  La  momia  del  barón  Lees-Gottorp  tenía

           vendajes del reinado de Osorkon. Observé a Larrimer y luego desvié la vista hacia la
           momia.

               —No lo sé. Es imposible. Aquí hay algo equivocado…




               —Carter bajá.

               —Muhammad, mi viejo amigo.
               El  líder  de  la  familia  Abd-er-Rasul  me  estrechó  vigorosamente  la  mano,  signo
           evidente de que no le agradaba verme. Muhammad ronda ya los ochenta, es alto y

           escultural.  Su  porte  es  bastante  aristocrático,  sus  modales  educados  y  sus
           movimientos  ágiles.  Siempre  he  pensado  que  planea  cada  uno  de  ellos  para  que
           parezcan relajados y lo más felinos posible. Únicamente la ligera barriga que asoma a

           través  de  su  túnica  a  rayas  desentona  con  el  resto.  La  imagen  que  proyecta  sería
           perfecta y uno le tendría profundo respeto, o al menos quedaría impresionado, si no
           fuera porque se dedica de toda la vida al despojo de los muertos.

               Había dejado a Larrimer en el Valle de las Reinas, limpiando la tumba de Amen-
           her-khopshef, mientras se lamentaba en voz alta:
               —¿Por qué tengo que hacer esto yo solo?

               —Porque fuiste tú quien atrajo a los chacales aquí dentro. Es tu obligación —
           repliqué enojado.
               —¿No podría alquilar a un par de muchachos para que limpiaran todo eso?

               —Todo depende de lo que valores el resto de equipo que te ha quedado.


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