Page 68 - Las ciudades de los muertos
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Era la segunda persona que me planteaba aquella difícil cuestión en el plazo de
           dos semanas. Decidí ignorarla.
               —¿Así que el alma musulmana es esencialmente diferente del alma cristiana?

               —Sí  —se  arrellanó  en  el  diván  y  cruzó  las  piernas—.  El  alma  musulmana  ha
           aprendido a ser disciplinada y obediente.
               —Obediencia —aquél no era en absoluto el tema de conversación que yo había

           venido a tratar. Deslicé el dedo por el borde del vaso.
               —Obediencia a lo que vemos y sentimos, a la experiencia. Obediencia a lo que
           está escrito.

               —Al Islam. Está hablando de renuncia.
               —Lo ve, sí que lo comprende. El modo en que usted acepta y abraza el pasado,
           ese mundo olvidado, sin criticar sus maneras y su orden, así abrazamos nosotros al

           mundo vivo. Es pecado. Es dolor.
               —Lo mismo hicieron los griegos, lo mismo hizo Confucio, lo mismo hacen los

           cristianos en ese aspecto.
               Muhammad, que estaba ya harto del tema, desvió de pronto la conversación.
               —Hemos oído decir que esas momias en las que está usted interesado provienen
           del delta. Tal vez tenga que desplazarse hasta allí para obtener más información.

               Aquel súbito cambio de tema me dejó fuera de combate. Me sentía enojado con
           él.

               —Muhammad,  es  muy  poco  educado  por  su  parte  cambiar  de  tema  tan
           bruscamente.
               —No he cambiado de tema, Carter bajá. ¿No se da cuenta?
               Era desesperante.

               —Entonces su revelación no me parece del todo clara. El delta, esas momias…
               —…  son  precisamente  la  cuestión.  Tiene  que  comprenderlo.  Ellas  son

           precisamente la cuestión.
               Salí de casa de Muhammad poco después, con la habitual sensación, cada vez que
           converso con él, de estar totalmente insatisfecho. Somos viejos amigos, Muhammad
           y  yo,  pero  nuestra  amistad  ha  sido  siempre  en  esos  términos.  Desearía  tener  la

           destreza de saber contrariarlo como él me contraría a mí. Y, aun así…, a través de su
           estilo  evasivo,  estaba  intentando  decirme  algo.  Está  claro  que  sospecha  que  su

           sobrino  de  El  Cairo  está  implicado  en  el  tráfico  de  momias.  Pero  ¿por  qué  iba  a
           decírmelo? ¿Por qué no tratarlo, simplemente, como un asunto de familia que hay que
           resolver en privado? La única información útil que me había dado era que las momias

           provenían de algún lugar en el norte.
               La conversación se había alargado hasta tarde. Me detuve en la casa de huéspedes
           de Larrimer para ver si quería ir a cenar, pero me dijeron que no había regresado

           todavía. Era ya prácticamente de noche cuando crucé el río en el transbordador y me




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