Page 69 - Las ciudades de los muertos
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adentré en el Valle para buscarlo. En realidad, tenía pocas ganas de volver allí tan
           temprano  y  de  noche.  Los  almuecines  cantaban  en  los  minaretes  de  Luxor  y  sus
           cantos parecían seguirme a través del Nilo y rebotar en los ruinosos templos de la otra

           orilla. Al Islam, la renuncia. Los pájaros volvían fatigados a sus nidos y las ranas
           empezaban  ya  a  croar.  Durante  todo  el  día  había  sido  incapaz  de  olvidar  el  dolor
           reflejado en el rostro de la momia. Los colosos de Memnón brillaban a la pálida luz

           del crepúsculo y me detuve a observarlos. Dioses de piedra, fríos e imperturbables,
           son  los  únicos  dioses  que  han  tenido  algún  sentido  para  mí.  La  metafísica  y  las
           disputas quedan totalmente fuera de lugar. Lo sé, lo sé… He leído los papiros. Sé que

           los antiguos egipcios eran tan propensos a la metafísica como cualquier otra raza del
           mundo actual, pero al menos sus dioses tenían sentido. Lo importante no es la figura,
           sino la piedra. Dios mío, de qué humor me había dejado Muhammad. El pequeño

           burro que había alquilado rebuznó impaciente. Me puse en camino.
               Larrimer se había quedado dormido de nuevo dentro de la tumba. En cierto modo

           había  esperado  encontrarme  más  hachís,  pero  estaba  simplemente  exhausto.  Lo
           desperté  y  lo  saqué  al  exterior.  Después  del  día  que  había  pasado,  después  de  los
           chacales, de la momia y de la conversación con Muhammad, no me hubiera parecido
           justo dejarlo en la tumba.

               El sepulcro no parecía haber sufrido daño alguno. No sé cómo, pero al menos
           Henry no acabaría con sus huesos en la cárcel.

               Se despertó irritado.
               —¿Por qué no me has dejado dormir?
               —El aire es más respirable aquí afuera.
               —Tú  siempre  duermes  en  tumbas  —se  restregó  los  ojos—.  Mira  al  cielo,

           Howard, nunca había visto un cielo tan oscuro y con tantas estrellas.
               —Hoy  es  luna  nueva.  Más  tarde  habrá  meteoros  por  detrás  de  la  espalda  del

           gigante Orion.
               Larrimer volvió a quedarse dormido casi al instante, en la ladera. No había rastro
           de  los  chacales  esa  noche.  Permanecí  sentado  durante  horas  observando  las
           constelaciones.  La  Vía  Láctea  es  hermosa,  casi  parece  que  brilla.  Los  meteoros

           aparecieron poco después de medianoche, largas y lentas estelas como lágrimas que
           cruzaban el cielo.





















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