Page 70 - Las ciudades de los muertos
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           El Cairo está siempre abarrotado, pero esta vez me pareció mucho más lleno que un

           mes  atrás.  Era  imposible  pasar  por  algunas  calles  y,  sin  embargo,  no  se  celebraba
           ningún festival religioso. No sé de dónde puede salir tanta gente.
               Creo que Henry Larrimer está un poco atemorizado por todo esto, pero si existe

           una ciudad intimidadora es, sin duda alguna, El Cairo. Nunca me ha explicado por
           qué no permaneció más tiempo en la capital durante su primera visita, por qué no vio
           las  curiosidades  más  importantes,  por  qué  no  alquiló  el  guía  aquí  para  visitar  la

           ciudad. Sin embargo, la expresión de su cara es explicación suficiente. Cada vez que
           doblamos una esquina y nos encontramos en otra calle abarrotada, en su rostro se
           refleja algo parecido al pánico. Es una cuestión de multitudes, creo yo, o la novedad,

           o el hecho de que sean musulmanes…
               El tren desde Luxor hizo sólo tres paradas, en vez de la media docena habitual, y

           llegó a la estación de El Cairo a las dos de la mañana. Afortunadamente, el portero de
           noche del Shepheard es un viejo amigo mío y nos dio dos habitaciones tranquilas.
           Desde la mía se contempla el Ezbekiyeh y la de Larrimer tiene una vista sobre el río.
               Uno de los colapsos, que resultó ser el más largo, se produjo cerca de Beni Hasan.

           Nos pasamos la tarde visitando las tumbas cortadas en la roca. Henry observaba cada
           esquina  y  presionaba  con  los  dedos  todas  las  paredes  que  encontraba,  como  si  la

           piedra fuera nueva para él. Sus cámaras, o lo que quedaba de ellas, todavía estaban en
           el tren y parecía impaciente por recuperarlas, pero, afortunadamente, no hubo tiempo.
               No tenía duda alguna de que habría escogido alguna de estas tumbas para pasar la
           noche en ella, como había intentado hacer en el Valle de las Reinas o, mejor dicho, a

           pesar de lo ocurrido en dicho Valle. Se lo había preguntado una multitud de veces,
           pero  él  se  negaba  siempre  a  explicarme  con  más  precisión  lo  que  había  intentado

           hacer aquella noche en la tumba de Amen-her-khopshef. Lo sucedido allí lo había
           impresionado mucho y todavía estaba afectado. Parecía menos…, menos entusiasta
           que antes, y, sin embargo, seguía obsesionado con su proyecto, su estudio fotográfico
           y sus «experimentos», que todavía no había querido confesarme.

               Sin  embargo,  para  mí  es  muy  evidente  que  persigue  fantasmas,  que  quiere
           introducirme en el mundo de los espíritus. Cree que están en las tumbas y pretende

           encontrarlos.  Puedo  percibirlo  en  sus  ojos  cada  vez  que  entramos  en  un  nuevo
           sepulcro. Quiere encontrar fantasmas y, sin embargo, al mismo tiempo, desde aquella
           noche en el Valle, tiene miedo. Para mí no cabe duda de que lo que creyó ver fue

           provocado por el hachís, no por el ectoplasma. No existen espíritus en Egipto, pero sí
           mucha gente que cree en ellos, y Henry está intentando descubrir algo que no existe.
           Egipto  tiene  un  modo  de  permanecer  siempre  igual,  a  pesar  de  la  mística  y  los

           chiflados:  piedra,  mortero,  pintura,  templos,  estatuas,  tumbas.  Un  lugar  extraño  y




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