Page 62 - Las ciudades de los muertos
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normal. Sin embargo, el rostro… La muchacha había muerto horrorizada.
Retiré los vendajes partiendo del cuello. Los músculos de la garganta estaban
agarrotados, el labio inferior hacía una mueca, la boca estaba abierta, como si gritara,
y con la lengua fuera, que pendía a un lado. Su parecido con la «momia
inmomificada» de El Cairo era demasiado para mí. Se me encogió el estómago y
sentí un deseo incontrolable de vomitar. Salí de la habitación y dejé la casa, en busca
de aire fresco; me senté a orillas del Nilo intentando relajarme. Ver una cosa así en el
museo es suficientemente desagradable, pero tocarla, ver cómo emerge bajo las
propias manos…
Al final, conseguí recobrarme y volví a entrar. Nora, que me había visto salir, se
acercó a mí, preocupada.
—No es nada, de verdad, estoy bien.
Para desgracia mía, Larrimer continuaba durmiendo y roncando. Le di unos
golpes en la espalda.
—Henry, levántate. Hay mucho trabajo que hacer. Tienes que limpiar la tumba.
Bostezó y se dio media vuelta. Volví a darle unas palmadas en el hombro.
—Henry.
Los vendajes de la momia estaban cuidadosamente apilados en una esquina, justo
frente a él. Se sentó en un extremo de la cama y observó directamente el rostro de la
momia.
—¡Santo Dios! Howard, ¿qué pudo haberle ocurrido?
—Desearía saberlo. Me gustaría que algún día pudiese llegar a averiguarlo —le
enseñe el amuleto de Horus que había encontrado—. Me temo que eso es todo.
Empezaré a envolverla de nuevo.
Larrimer se puso en pie, en silencio; todavía estaba desnudo.
—No, espera. Quiero verla —se puso de rodillas a su lado, se inclinó y la
inspeccionó de arriba abajo—. ¿Qué le ha ocurrido en el pecho?
Se lo expliqué y pareció avergonzado.
—Venga, deja que la envuelva.
—No, por favor, quiero estudiarla.
—Por el amor de Dios, Henry, ¿qué quieres ver?
Dio media vuelta y se me quedó mirando, pero no dijo nada. Volvió a
concentrarse en la momia.
—¡Qué frágil parece! ¿Puedo tocarla?
—Henry.
Con sumo cuidado, le colocó el dedo índice en la sien y se le cayeron algunos
cabellos. Luego rozó con el dedo el vello del pubis y lo apartó enseguida, molesto por
aquella aspereza.
—Envuélvela, voy a ayudarte.
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