Page 35 - Las ciudades de los muertos
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No quería continuar escuchando.
               —Yo mismo le podía haber dicho que no encontraría nada en el interior.
               —¿Por qué no lo hiciste?

               —No me dio la más mínima oportunidad. Ya viste lo rápido que aceptó el precio
           de Ahmed. Se lanzó como un buitre.
               Birgit sonrió.

               —Está un poco loco. Todos los nobles germanos lo están. Cuando tenga su edad,
           yo también enloqueceré —su sonrisa se hizo más amplia.
               Su actitud me estaba molestando.

               —¿Por qué tienes que mostrarte tan alegre si eres una fatalista?
               Ahora sí que se echó a reír.
               —Deberías conocer al Káiser. Su Corte parece extraída de un cuento de Lewis

           Carroll. El tío Rolf encuentra que Egipto es un país muy extraño y lo odia.
               —¿Y tú?

               —¿Yo? ¡Disfruto con él! Creo que incluso estoy empezando a quererlo un poco.
               —¿No lo encuentras extraño? —En realidad, era sorprendente.
               —Sí, por supuesto. Pero ese carácter extraño es bonito, no horroroso. El Nilo, las
           tumbas pintadas, la llamada de los almuecines desde los alminares de las mezquitas…

           Comparado con Berlín… —hizo una pequeña pausa.
               Decidí que Birgit me gustaba. Sonreí y esperé a que continuara.

               —He visto a antiguos consejeros militares del Káiser vestirse de mujeres y bailar
           ante él para divertirlo.
               No pude evitar preguntar:
               —¿El barón Lees-Gottorp?

               Birgit asintió, sonrojada.
               —No es el sexo lo que me preocupa, sino el mal gusto.

               —Si te contara lo que se hace en algunas callejuelas de Luxor o, peor aún, de El
           Cairo…
               —Creo que ya lo sé —de pronto su tono de voz sonaba frío y distante.
               El  almuecín  llamaba  ya  a  la  oración  de  mediodía  y  Birgit  lo  escuchaba,

           embelesada.  La  exuberante  tristeza  que  emanaba  de  sus  cantos  la  trastornaba.
           Recordé  cómo  al  principio  solían  afectarme  a  mí  del  mismo  modo…  En  cambio,

           ahora, apenas me fijo en ellos.
               —¿Hay algún otro lugar en Luxor que desees ver, Birgit, con tu tío o sin él?
               Me observó encantada.

               —Más tumbas, por favor, me encantan las tumbas. Y el coloso de Ramsés, aquél
           sobre el que escribió Shelley.
               —¿Cuándo podríamos quedar?

               —Tendría  que  ser  ahora.  Nos  marchamos  mañana  por  la  mañana.  El  tío  Rolf




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