Page 29 - Las ciudades de los muertos
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Lo observé, alarmado. Eso era el doble de lo que valía la pieza, incluso si era
           genuina y no la habían tocado. Si por el contrario, tal como sospechaba, Ahmed la
           había  desenvuelto  para  extraer  los  objetos  funerarios  y  había  vuelto  a  colocar  las

           vendas con este estilo tan enrevesado, el precio era a todas luces desorbitado.
               Pero, antes de que pudiera exponer mis dudas, el barón exclamó:
               —¡La compro! ¡Excelente!

               Y eso fue todo. No intentó siquiera regatear, con lo cual la podría haber obtenido
           por un precio mucho más bajo, o si no más razonable; el regateo es una forma de vida
           de  Egipto.  No  había  dudado  un  instante,  había  visto  una  pieza  bonita  y  la  había

           comprado. No pude evitar preguntarme para qué me había traído entonces. Ahmed
           me dedicó una irónica sonrisa. Sabía que me había desbancado.
               Se produjo una ligera pausa. Yo estaba demasiado enojado para hablar y todos los

           demás  estaban  demasiado  excitados.  Me  di  cuenta  entonces  de  que  todos  estaban
           observando  a  Birgit.  La  muchacha  permanecía  inmóvil  en  una  esquina.  Su  rostro

           quedaba iluminado tenuemente por la luz de dos lámparas, que la enfocaban desde
           abajo. Tenía un aspecto horroroso. Se acercó caminando con lentitud hasta la mesa y
           colocó una mano en el hombro de la momia con mucha delicadeza. Observó a su
           alrededor un breve instante y, al final, fijó sus ojos en mí.

               —Murió tan joven… ¿No sentís pena por ella?
               Me sentí avergonzado. Es tan sencillo, tan tremendamente sencillo olvidar que

           una momia son los restos mortales de un ser humano… En realidad, nunca me había
           sentido a gusto trabajando con momias, pero tampoco hay que olvidar que forman
           parte del material de nuestro negocio; incluso una apresurada reverencia requiere su
           tiempo. Aparté la vista de Birgit, ya que poco podía decirle.

               Observé a Ahmed, que se había quedado atónito ante aquel gesto emotivo de la
           mujer  occidental.  Para  él,  mucho  más  que  para  mí,  la  momia  era  una  mera

           transacción.
               Birgit también desvió la vista hacia él y preguntó, en voz baja:
               —¿Dónde la encontró? ¿Cómo es su sepulcro?
               Ahmed abrió un instante los ojos de par en par. Eso es lo último que se debe

           preguntar a un ladrón de tumbas. Luego, recobró la compostura.
               —Está muy lejos de aquí.

               —Quiero verlo —Birgit se había sonrojado—. Quiero ver su sepulcro.
               —No es posible, joven, está demasiado lejos.
               Birgit iba alzando el tono de su voz y estaba a punto de gritar.

               —Está muerta. ¿Lo comprende? Está muerta —se dirigía a todos nosotros.
               —Birgit —la interrumpí con toda la delicadeza de que fui capaz—. Estoy seguro
           de que comprendes que eso no es del todo cierto, que sabes que el alma de esa niña

           permanece todavía con vida.




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