Page 205 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               marqués de  Villena, al conde de  Tendilla, a  Alonso de  Aguilar y  a  Portocarrero que
               pusiesen, sin dilación  ni contemplaciones, freno a nuestras correrías, y no se dejasen
               arrebatar ni una de sus posiciones conquistadas.  Luego el rey  Fernando, desmantelando
               castillos, se dirigió a Guadix y, en represalia, expulsó a sus mudéjares. Ni en ella ni en sus
               arrabales quedó un solo creyente. En seguida ordenó la destrucción del castillo de Andarax
               y la evacuación de los renegados que lo habitaban. La orden también se aplicó a mi tío “el
               Zagal”, al que retiró, sin explicaciones, su estima y su rango. Una vez utilizado, ¿para qué
               respetarlo?

                     Recogido en la Torre de Comares, donde de niño temblé de miedo, pensaba en las
               tribulaciones del “Zagal”: asaetado por el infortunio, incapaz de sujetar a los pocos vasallos
               que le quedaban, avergonzado por su defección, debilitada y acongojada su alma, inhábil
               para ser súbdito donde había sido rey... No me extrañó lo que vinieron a decirme: dando por
               perdidos su vida y su esfuerzo penúltimo, pidió a Fernando que lo dejara pasar a África en
               las condiciones establecidas.  El  día en que él, el invencible, se encomendó a la
               benevolencia de su vencedor, partió en dos el escudo en que se leía el lema que rigió su
               destino hasta su peor hora: ‘Querer es poder.’ “El Zagal”, que personificó el coraje de todos,
               no tuvo más coraje; sólo aspiró a vivir, apartado e ignorado de todos, en un lugar donde
               nadie supiese cuánto había sido el que ya nada era. En la Torre de Comares, erguida sobre
               el trono nazarí, llegué a la conclusión de que vive mejor el que mejor se esconde y de que
               nacer junto a un trono es igual que nacer junto a un abismo.
                     Otorgado el permiso de expatriación, como si para morir hubiese que pedirlo, vendió
               “el  Zagal” sus propiedades a los reyes de  Castilla.  Antes de que se fraguaran las
               tempestades del Estrecho, a principios de otoño, se alejó de Andalucía el que pudo ser su
               más cumplido rey. ¿Quién imaginará lo que eso significa?
                     Empezar una vida nueva cuando la verdadera vida nos ha vuelto la espalda; cuando
               se ha llegado a la certeza de que lo más firme, rutilante y apasionado de un  destino ha
               sucedido ya, y sólo resta la rutinaria monotonía a la que los mediocres llaman vida.  Qué
               inicuo que  no mueran los héroes  en el ápice de su heroicidad.  La grandeza,  una vez
               consumada, debería devorar a su dueño; porque luego éste se quebranta y se gasta y se
               achica, y de ella sólo queda un recuerdo mortificante y homicida.
                     Quien había sido una leyenda y un modelo embarcó, despojado de sí mismo,  en
               Almería con unos pocos de los suyos que pidieron seguirlo.
                     Camino de Orán fue, para ocultarse y aguardar con ansiedad la muerte; una muerte
               que su sino de guerrero y de rey se olvidó de proporcionarle en el momento justo.

                     Asegurado por tales sucesos, Fernando se desplazó a la frontera Norte de su reino,
               donde los franceses lo aguijaban. En su ausencia, yo, que llevaba al “Zagal” siempre en mi
               corazón, fui con mis soldados, por él mismo y por mí, como en una peregrinación, a
               Andarax. Estoy convencido de que, en la paz y en la guerra, hay instantes en que cualquier
               hombre es indomable; si aplica su absoluta voluntad a un fin, lo consigue, sin que valgan
               interposiciones ni obstáculos que traten de arredrarlo.
                     Notaba yo la admiración y el fervor de  Farax  reflejados en sus ojos  cuando, a la
               cabeza de un desmedrado ejército, ataqué con fiera decisión, sin arengas y sin vacilaciones,
               aquel castillo. Él había albergado la penúltima aflicción y la derrota interna del hombre que
               había sido para mí, desde niño, el blanco de mis veneraciones. Por él nada podía hacer ya
               sino vencer en donde fue vencido.  A fines de septiembre tomé posesión de  Andarax, y
               entraron de nuevo en mi obediencia los lugares de aquella taha; al ocuparlos, sentí que mi
               poder y mis manos eran los delegados del “Zagal”. ‘Mejor —me dije—, porque él ya me
               advirtió, en su postrer mensaje, que sus manos conservarían esta tierra con más firmeza
               que las mías.’
                     Mientras así reflexionaba, puso Farax una mano oportuna sobre mi hombro.
                     —Tú tienes que seguir tu propia estrella, señor. Que su luz te conduzca, y que yo te
               acompañe.

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