Page 217 - Tito - El martirio de los judíos
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Había presenciado demasiadas crueldades como para sentirme seguro
ante el porvenir y traer inocentemente una nueva vida a la realidad del
mundo.
Me acordaba de aquella madre de Jerusalén comiéndose a su propio
hijo.
Me acordaba de los niños degollados de Masada.
Sabía que la muerte permanecía al acecho.
Volví a leer el relato que escribió mi antepasado Gayo Fusco Salinator y
que había titulado Historia de la guerra servil de Espartaco.
¿Se había cumplido ya el tiempo de las cruces alzadas a lo largo de la
vía Apia, de Capua a Roma, o se disponía Dios a someter a la
humanidad a una nueva prueba?
Encontré las cartas de Séneca y varios manuscritos que había retirado
de su biblioteca de Roma y trasladado aquí, a Capua, poco después de
su muerte, cuando esperaba que el mensajero de Nerón viniese a
traerme la orden del emperador de abrirme las venas.
Una mañana del mes de agosto, leí con inexplicable emoción estas
primeras líneas de uno de sus manuscritos:
«Una tromba de fuego caerá sobre vosotros; antorchas ardientes os
quemarán durante la eternidad, pero quienes hayan adorado al
auténtico Dios, infinito y único, heredarán la vida y morarán por
siempre en el risueño jardín celeste, comiendo el dulce pan que baja del
estrellado cielo».
Levanté la cabeza, miré el cielo y vi una inmensa cortina negra
cerrando el horizonte.
Supe que la muerte estaba, allí, cumpliendo su cometido.
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