Page 12 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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los comentaristas eruditos consideraba como sus antepasados. Alejan
dro tenía accesos incontrolables de cólera y de entusiasmo, como les
ocurría también a otros eácidas, Pirró Π y Filípo V.
Creerse descendiente de Heracles, por parte de padre, y de Príamo,
por parte de madre, no era una herencia mediocre para un adolescente
generoso. Apasionado por las tradiciones mitológicas, sentía hervir en él
la sangre de los héroes, sus ancestros, Pero saberse descendiente lejano de
Zeus, padre de Heracles, éra deMasíado poco para él. En una época do
minada por lo sobrenatural, k decision de convertirse en üii dios fue rá
pida. Esta convicciórv, qué eí ya poseía, se vio corroborada durante su vi
sita al oráculo de Amón, en Siwa. En el sanctasanctórum recibió la doble
respuesta que esperaba del dios: Amón le proclamó hijo suyo y le prome
tió el Imperio universal. El hecho de que Alejandro diera uii sentido de*
masiado literal a la expresión «hijo de Anión», corriente en la nomencla
tura faraónica, poco importa. Lo que cuenta es aquella certeza exakadora
—que le caracterizaría a partir de entonces-™· de que él no era solamente
un rey dentro de una dinastía, sino el amado hijo de la divinidad y, por
tanto, también dios.
^ Puesto que se creía un superhombre, Alejandro actuaba como un su
perhombre. En este punto, y sin tener en cuenta las lecciones de Aristó
teles, que proclamaba que la moderación era la única salvaguarda dé las
monarquías, estaba poseído por el genio de la desmesura. G. Raciet nos
ha hecho partícipes de la visión de un Alejandro místico, entusiasmado
con la idea de imitar la noble valentía de Aquiles. E Sefeáehermeyr lo
muestra más romántico, más demoníaco: un Titán apocalíptico en el que
convivían la luz y la sombra, el filántropo y el asesino, el benefactor de la
humanidad y el tirano sanguinario; Tanto uno como el otro son retratos
verosímiles, pues, en el fondo de su conciencia, anidaba el sentimiento
profundo de la diferencia que lo hacía tínico entre los más grandes de los
mortales. Así, puede comprenderse, sin por ello excusarla, la locura ase
sina que se apoderó de él cuando Clito, su hermano de leche, citó a la sa
lida de un banquete/pararnolestarlo, unos versos de Eurípides/ «Aque
llos que se creen superiores al pueblo y que no son nada...». Puesto que
él no pertenecía a la naturaleza humana/nada podría detenerlo: ni la
moderación que los griegos llamaban sabiduría, y que él tenía por me
diocridad, ni la moral tradicional. Nada le estaba prohibido, porque él
era plenamente deseado, Pero los hechos indiscutibles que ensombrecie-
1. Andrómaat, 693 y sigs.