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Un hombre llegó a una gran ciudad. Visitó el mercado y
               se dirigió a la parte de los vendedores de perfumes, llena de
               incontables fragancias. El hombre caminaba despacio, pero se
               sintió mareado a causa de tantos aromas y se desmayó.

                   La gente se amontonó a su alrededor, intentando ayudarle.
               Algunos examinaban su corazón, otros le frotaban las muñecas
               y aún otros le salpicaban la cara con agua de rosas, pero el
               hombre no solamente no volvía en sí, si no que su estado
               empeoraba. Al ver que no podían hacer nada, algunos de los
               presentes decidieron buscar a sus parientes, pero no encontraron
               a ninguno. Un guarnicionero que pasaba por allí reconoció al
               hombre. Dijo:
                   - No le salpiquéis con agua de rosas. Sé cuál es su problema.
               No le toquéis. En seguida vuelvo. Todo se solucionará.
                   Se alejó, y al cabo de un rato volvió con un poco de estiércol
               que acercó a la nariz del hombre desmayado. Éste volvió en sí, se
               levantó y se alejó del lugar con el guarnicionero.
                   La causa de tan sorprendente cura habría que buscarla,
               muy probablemente, en el hecho de que el hombre que se había
               desmayado era también un guarnicionero, acostumbrado al mal
               olor de las pieles sin curtir. Cuando entró en el mercado de
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