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Yo Beto: Una Historia Chévere para contar
porque rompíamos el pacto que habíamos hecho y segundo, porque según Yaneth, yo
cojo esa plata es para bebérmela. Les decía que cumplí el pacto, pero cuando se fue a
vender la casa, debíamos aclarar las cuentas con la señora de la hipoteca… y enton-
ces, ahí me entere que, durante ese año del pacto, mientras yo comí mierda de la bue-
na y di tumbos por todo Bogotá, la señora Yaneth no había abonado ni cinco centavos
a la hipoteca, por lo tanto, la señora Marta (la de la hipoteca), no firmo el paz y salvo,
hasta que no le pagamos hasta la risa y con toda razón. Pero no voy a cuestionar ni a
juzgar, todo se lo dejo a mi Dios, ya que este libro no se trata de eso, ni mi objetivo al
escribirlo es polemizar o contar cosas de mal gusto e incomprensibles, esas actuacio-
nes y lo que hicieron conmigo, lo dejo a la conciencia de cada uno y punto, ahí murió,
no me interesa comentar sobre el asunto nunca más… volteemos la hoja de la vida,
tomémonos un traguito y sigamos.
Este libro fue escrito para que ustedes, estimados lectores y lectoras, conozcan un
poco sobre mi vida, sobre mis aventuras, hasta que llegue el momento de disfrutar el
retiro, meciéndome en una hamaca instalada en Tocaima, Villeta, Puerto Arruga (Ana-
poima) o Mariquita (Tolima), con una buena compañía femenina (veterana como yo) y
acompañados por un buen trago. Si usted quiere disfrutar de esta maravilla de vida,
recibo hojas de vida, requisito indispensable, ser mayor de 60 años, con ganas de ha-
cerle el amor a la vida y presentar su carnet debidamente diligenciado por ASOVICHE,
asociación de viejitos chéveres.
Por el momento, después de este paréntesis, que creo era necesario, les sigo narran-
do este capítulo que esta emocionante. Habíamos quedado en la casa de doña Cleofe,
recuerdan…? Por una u otra dificultad, las cosas se me complicaron y no pude cumplir
con el arriendo. Por esos días, tomaba un diplomado dictado por la universidad la Gran
Colombia, de las 6 de la tarde a las 9 de la noche, a la dueña de la casa le molestaba
eso, ya que debía estar pendiente de la seguridad del portón, como me tocaba irme y
venirme a pie (por la escasez de abundancia de dinero), llegaba a las 11 de la noche a
la pieza, donde precisamente estaba colgado del arriendo. Hasta que una noche, la se-
ñora Cleofe se mamo, la encontré más piedra que de costumbre, me cobro el arriendo
y como no lo tenía, no acepto razones ni explicaciones, y que creen…? Si, efectivamen-
te… me lo pidió (la pieza claro) y yo… se la di.
A las 8 de la mañana del siguiente día, estaba llamando a mi compadre Guillermo Con-
treras (ver capitulo “los ángeles de Beto”), como siempre, no me fallo y llego a las 10 de
la mañana, yo ya tenía todo empacado y nos fuimos a buscar a ver dónde podía guar-
dar todos mis “chécheres”, después veríamos donde iba a dormir. Llegamos al barrio
Simón Bolívar, donde el señor Efraín Aguilar (un viejo amigo de más edad y experiencia
como “fletero” de Coca-Cola y distribuidor) a pesar de que la mujer con quien vivía don
Efraín se oponía, el impuso su autoridad en el hogar y me permitió guardar en su casa
el colchón, las cajas de cartón, los maletines y la maleta con mi ropa (por lo menos
había logrado eso) y yo que…? Donde iba a dormir…? Dios proveerá, volví a pensar.
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