Page 248 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza



            Entre los comentaristas, Blasco Moscoso fue mi preferido. Era genial.
            Lo traté personalmente por mucho tiempo. Era miembro de la policía,
            que tenía su cuartel en la zona de la Plaza del Teatro. Ahí lo conocí.
            Comenzó en el club Crack, una entidad formada por quiteños de cepa.
            Estaban ‘Lluqui’ Endara, ‘Raposo’ Rodríguez, entre otros personajes
            románticos de aquella época.


            Blasco tenía una variedad de facetas. Fue comandante, árbitro,
            periodista y también cantante. Solía interpretar un célebre tango
            a dúo con Alfonso Laso. En un viaje que realizamos a La Paz en la
            Copa Libertadores de 1965, el embajador de Ecuador en Bolivia tuvo
            la gentileza de invitar a una comida a toda la delegación azulgrana y al
            periodismo que había viajado a cumplir la cobertura del partido.


            Primero cantó Sonia, la mujer de Ney Mancheno y a mi me hicieron
            recitar uno de los poemas que aprendí en el Teatro Sucre, en mis
            tiempos de camarinero y metiche. Todos se derramaron en aplausos.
            Seguramente fueron inmerecidos. Vaya usted a saber si logré tocarles
            el lado sensible de la amistad.


            El momento menos pensado saltaron al escenario Blasco y Alfonso y
            entonaron aquel tango en forma excepcional. Se nos caían las lágrimas
            de la emoción. Blasco exteriorizaba sus sentimientos de acuerdo
            al escenario que lo rodeaba. Era admirable. No era el comentarista
            endiosado y acartonado, que tomaba una posición especial y se hacía
            impenetrable. Era un hombre abierto, entregado, un amigo de verdad.

            Años después tuve la suerte de dirigir a su hijo Julio en Universidad
            Católica. Era un zaguero de gran temperamento que tenía mucho fu-
            turo en el fútbol. Se retiró para estudiar, pero ahí quedó sembrada una
            amistad familiar de profundas raíces. Mis hijos mantienen una relación
            especial con los suyos. Es la huella que dejó ese maestro de periodistas.


            Otra de las cosas que me identificaron con Blasco era su profundo
            amor por el tango, una afición que también mostraba Alfonso Laso
            Bermeo. Eran unos formidables coleccionistas. Blasco compraba los
            discos de tangos cantados exclusivamente por mujeres, al ‘Negro’ Laso

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