Page 243 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 11
Observé hogares en los que dormían tres chiquitos en una sola cama.
Algunos colgaban la ropa en clavos. Es verdad, no sabían que existían
los armarios o no les interesaba guardar la ropa en ellos. Había varios
jugadores que eran analfabetos. Sólo habían aprendido a firmar para
suscribir sus contratos y cobrar los cheques. Eran otros tiempos.
En Nacional gestioné personalmente en el Banco Ecuatoriano de
la Vivienda que dirigía el Coronel Vaca para que les proporcione
casas a los jugadores, con todas las facilidades. Varios compraron sus
propiedades en el sur o en el norte de la ciudad. Esa es una íntima
satisfacción. Todavía varios de ellos residen en aquellas casas que
adquirieron en 1976. Les ayudé a vigilar y a construir su futuro.
Yo soy un hombre alegre y era un técnico de perfil alegre, y más porque
los jugadores mostraban disciplina y espíritu de trabajo. Y no lo hacían
para evitar castigos, sino por convicción. Logré formar grupos sólidos.
El éxito que alcancé no fue obra de la casualidad.
Vivía metido en mi trabajo. Respiraba fútbol. No me daba respiro,
apenas el necesario para compartir con mi mujer y mis hijos. Los
domingos a la tarde, después de los partidos iba rápidamente a mi casa
para almorzar con toda la familia.
Tras la comida, disfrutaba de una
leve siesta y me levantaba como un
resorte para realizar la evaluación
del partido. Calificaba la actuación
de los jugadores y el trabajo global
de la semana. Lo hacía el mismo
domingo para no olvidarme los de-
talles que estaban frescos, porque la
memoria suele jugar pasadas. Des-
pués diagramaba la tarea para la si-
guiente semana. Todo al milímetro.
No me daba tregua ni le daba
tregua al plantel. Los jugadores
Memorias de un triunfador 243