Page 277 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 12
en una escala especial. Tiene ‘feeling’ para encontrar la punta del
ovillo y resolver los problemas reglamentarios. Liga tiene en Torres,
un representante de lujo.
Fidel Egas fue un dirigente especial. Me precio de ser su amigo. Un
nieto mío trabaja en Diners, una de sus múltiples empresas y siempre
que voy a esas oficinas me reciben con afecto y admiración. Fidel
es loco por el fútbol. Con su esfuerzo, Católica formó un equipo
maravilloso, que dejó un ilustre recuerdo en nuestro fútbol en la década
del 70. Provocó el regreso de Ítalo Estupiñán, cuando era un futbolista
consagrado en el fútbol mexicano y repatriarlo significaba enviar un
trailer de dólares. Abrió la caja fuerte y revolvió al fútbol nacional.
Después lo conocí en su vida privada. Es un empresario de notable
éxito. Uno de los hombres más prósperos de este país. Me encantaba
departir con él en la Plaza de Toros, en la corridas de las Fiestas de
Quito. Era un espectáculo observarle encender sus habanos Cohiba.
Los fumaba derramando placer y regando el ambiente de un olor que
acariciaba los sentidos. Fidel Egas es uno de los grandes personajes que
han desfilado por el fútbol nacional. Sirvió al fútbol, jamás se sirvió de
él. Como diría Diego Armando Maradona: “jamás manchó la pelota” .
El nombre de Nahím Isaías Barquet me provoca dolor. Dolor porque
perdí a un amigo, por la injusta forma en que murió, porque fue el
primer acribillado en la trinchera absurda que montaron sus captores
de los grupos subersivos Alfaro Vive Carajo y el M19 de Colombia.
Aquel 19 de agosto de 1985 lo tengo marcado a fuego en mi memoria.
Estaban durmiendo cuando entraron los miembros de la Policía y el
Grupo de Infantería buscando rescatarlo. Fue herido de muerte en
el intento. Junto a la agonía de Nahím, en la ambulancia que corría
enloquecida por las calles de Guayaquil, se apagaba la vida de un
dirigente que le daba luz al fútbol nacional y arrancaba el principio del
fin de Filanbanco, un proyecto deportivo que volaba con alas propias.
Su recuerdo me sacude. Los lunes, después de los partidos llegaba
a las once a las oficinas de Filanbanco en Guayaquil y comenzaba a
pasear en su compañía por todas las instalaciones, recibiendo cientos
de felicitaciones, si el equipo había triunfado, como fue habitual en
Memorias de un triunfador 277