Page 294 - LIBRO ERNESTO
P. 294
Ernesto Guerra Galarza
En Nacional, todos los sábados ordenaba jornadas recreativas y un
partido informal. Yo jugaba y escogía los mejores jugadores para mi
equipo, porque me gustaba ganar. A la tarde iba al cine, pero cambié
la rutina porque los jugadores se dormían en media película. Ahí
decidimos ir todos los sábados a la tarde a visitar el Santuario de la
Virgen de El Quinche. El padre Luis Florencio nos recibía encantados.
Nos regalaba estampitas y permitía a los jugadores que vayan hasta el
altar para mirar de cerca a la Virgen. A la salida del templo chupaban
cañas y regresaban cantando. Cenaban y se marchaban a dormir.
A la mañana siguiente, el día del partido, se levantaban temprano
mostrando un ánimo incomparable y los resultados eran halagadores.
Era una costumbre, no una cábala y todo funcionaba a plenitud.
Mis equipos jugaban bien, no bonito que es diferente. Defendían con
acierto, copaban con eficacia todos los sectores del campo, recuperaban
la pelota, la administraban con criterio y soltábamos el ferrocarril para
visitar el arco contrario, con todos ocupados en el ataque. Inclusive
el arquero tenía la obligación de adelantarse unos metros para
arrinconar al rival en su propia cancha. Eso es jugar bien, apuntando a
la obtención de la victoria. Muchos equipos han jugado bonito, pero
han perdido. Eso no sirve. Mis equipos gustaban y ganaban. Quizá,
Valdéz fue el único de mis equipos que a lo mejor no gustaba, pero
obtenía resultados y estuvo a punto de ser campeón, si Carlos Berni no
lo entrega en forma deliberada. La costumbre era trabajar sin pausas,
afinando los detalles durante toda la semana para sacar ventaja de las
debilidades del rival. El gran secreto del fútbol pasa por la entrega y la
responsabilidad. No hay cábala ni costumbre que sirva si un plantel no
vive concentrado en su objetivo.
Vestir de traje y corbata para ir a los partidos era una muestra de respeto
para el público aficionado. Cada semana iba a rendir exámenes ante el
gran público y había que ir preparado y sin descuidar ningún detalle.
No sé a ciencia cierta, si fui el primer técnico en ir vestido de etiqueta
a los estadios, pero eso pasaba a segundo plano. Mis intenciones iban
por otra línea. Ahí adopté una costumbre: el terno que había utilizado
en el partido, lo llevaba el lunes a primera hora a La Química, a la
lavandería que funcionaba en la Plaza del Teatro.
294