Page 296 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza
de comer tortillas, terminábamos tomando un 'bosque de cervezas' y
otros licores más fuertes. Esa experiencia me sirvió y nunca olvidé que
mi padre me castigó la primera vez que llegué con aliento a alcohol.
Gastábamos en unas horas todo el fondo físico adquirido durante la
semana. Eran otros tiempos, se entiende. Era un fútbol semiprofesional,
pero no dejaba de ser un acto irresponsable.
Por eso le di otra visión y otra mecánica de vigilancia al manejo de los
planteles. Al mediodía del lunes, los jugadores tenían que presentarse
al chequeo médico y el martes comenzaba el trabajo nuevamente. No
había respiro ni tiempo para desviarse. Acostumbré a los jugadores
a que le dediquen todo el tiempo a su profesión. Si les daba fama y
dinero tenían que respetar su trabajo. Fue una maravillosa y espléndida
costumbre que nos brindó mil satisfacciones.
Degustar asados fue otra rutina que ayudó a compenetrar la unión
entre los jugadores. A esa costumbre se unieron todos los núcleos que
integraban Nacional. La iniciativa arrancó del seno del cuerpo técnico,
comandado por mi persona, invitando a suculentas parrilladas que las
organizaba los miércoles en mi domicilio, después de una exigente sesión
física combinada con trabajos técnicos que bordeaban la extenuación.
En retribución al esfuerzo se servían auténticos banquetes, abundantes
y de primera calidad. Los jugadores devolvían la gentileza a la siguiente
semana y los dirigentes tomaban la posta a renglón seguido para no
interrumpir la cadena de amistad y unión que se fomentaban en esas
hermosas reuniones.
Comprábamos las carnes, los costillares, los chorizos, las morcillas, las
chuletas en Juris, que nos abastecía de productos de primera calidad.
Eran montañas de cárnicos que los jugadores consumían sin cansancio
de tres a seis de la tarde y había muchos que colocaban buenas dosis en
funditas, para llevar a sus casas.
Las parrilladas estaban matizadas con el ingenio y el humor de los
militares que son extraordinarios para describir anécdotas y contar
los últimos cachos. Degustábamos galones de sangría, realizando una
composición que le restaba el grado de alcohol. Era un sabroso refresco
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