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DEMOCRACIA SHOW




                  Joaquín Bochaca









                  PROLOGO


                     Hay una Historia oficial, que se escribe para los muchachos de las escuelas y, eventualmente,
                  para el consumo del gran público, y hay, por supuesto, una Historia real, que no se escribe en
                  libros de gran tirada, que incluso, a veces, no se escribe y que, en todo caso, hay que leer entre
                  líneas o deducir del encadenamiento de los hechos, tal como se van produciendo, e
                  independientemente de la música que los mass media ponen a tales hechos.

                     No deja de llamar la atención que mientras cualquier ciudadano de criterio, formación y talento
                  medianos, admite sin ningún género de dudas que la publicidad puede no decir siempre la pura
                  verdad, que los balances de una empresa comercial pueden estar arreglados; que las
                  declaraciones de impuestos pueden contener alguna falacia por omisión; que una información
                  comercial periodística puede ser, en realidad, un anuncio de pago camuflado; que en toda
                  negociación o trato comercial no se dice necesariamente la pura verdad y que cualquier
                  comerciante, cualquier profesional, incluso cualquier artista enmascara, cuando no desfigura
                  deliberadamente la verdad en pro de sus intereses, ese mismo ciudadano, en cambio, acepta las
                  verdades oficiales de la Historia de los libros de texto con sorprendente candor. Es sorprendente,
                  pero es así.

                     La explicación fundamental de este insólito fenómeno de credulidad puede, tal vez, hallarse en
                  la influencia de los aludidos mass media y en el lavado de cerebro a que someten al individuo
                  disuelto en la masa Pero esta explicación, aunque básica, no es suficiente.    Debe ser
                  complementada con otra. Debe ser complementada, sencillamente, con la pereza mental,
                  consubstancial con la mayoría de los seres humanos.    Los hombres, en su gran mayoría, sólo se
                  interesan realmente, prácticamente, en lo que les atañe directamente y de forma inmediata.    No
                  creen, o no quieren creer, que es peor, en nada trascendente.    Se inclinan, por naturaleza, hacia
                  la facilidad y ya Platón nos advertía que lo fácil suele ser enemigo de lo bueno.    El llamado
                  hombre de la calle profundiza, medianamente, en míseros negociejos de tres al cuarto, en cosas
                  pedestres, de cada día, a las que él, con sonrisa de suficiencia, denomina lo positivo    ' Pero, con
                  arrolladora inconsciencia, pasa por alto sucesos, hechos y circunstancias que van a determinar, no
                  que gaste tanto o cuanto más, si no, te, que siga existiendo como ser libre o incluso, como ser vivo.

                  El hombre de la calle, para usar la jerga en boga, pasa de la Política.    Lo cual está muy bien; es su
                  derecho, como diríamos en si idiótico caló    de esta triste época.    Lo malo para él -y lo peor para
                  los que con él compartimos pasaje en el mismo barco de la Civilización Occidental- es que la
                  Política sí se ocupa de él. Y le aburren con cincuenta mil leyes, decretos, prescripciones,
                  prohibiciones y disposiciones; y a sus hijas menores les enseñan a fornicar sin consecuencias en
                  las escuelas estatales, laicas y obligatorias y, para mayor inri, de pago; y, cuando llega el
                  momento, les movilizan, les ponen un fusil en las manos y les mandan a las antípodas, o a donde
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