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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       este doctor Nyiszli Miklos con la que aparece en el capítulo precedente en el libro atribuido a
                       Rudolf Höss. ¿Qué fe se puede prestar a dos testigos de un mismo acontecimiento que se
                       contradicen hasta tal punto? ¿Y dónde está la verdad?
                            Pero se ha leido anteriormente cómo Eugen Kogon afirmaba que las cámaras de gas
                       estaban en disposición de funcionar "en marzo de 1942": pues bien, en marzo de 1942 Höss
                       nos dice a la vez que las cámaras de gas no han funcionado (página 174) y que durante el
                       verano, como no estaban construidas, fue preciso utilizar el bloque 11 – después depósito de
                       cadáveres – para proceder a los exterminios con gas (pág. 229). Y mucho antes de la
                       publicación de «su» libro, ya sabíamos que los hornos crematorios de Auschwitz habían sido
                       «encargados el 3 de agosto de 1942 a la casa Topf und Sohne de Erfurt por la orden
                       número 11450/42/BI/H»: ¿cómo han podido entonces  funcionar estas cámaras antes  de que
                       los hornos crematorios fuesen construidos? Sobre todo si se las presenta como unidas a ellos.
                       Es la cuestión que ya planteaba en mi estudio crítico de este libro.
                            Finalmente, he señalado en este estudio crítico dos libros en los cuales se dice que «los
                       alemanes hicieron saltar las cámaras de gas de Auschwitz al aproximarse las tropas rusas en
                       noviembre de 1944»; éstas son Histoire de Joël Brand de Weisberg y Exodo de León Uris.
                            Eugen Kogon, él por lo menos, tomó sus precauciones para el porvenir diciéndonos
                       que «a partir de septiembre de 1944

                       [259] las órdenes habían prohibido el utilizarlas». Y cuando uno lograba llegar a Auschwitz
                       como turista podía pensar que visitaba auténticas cámaras de gas. Con Weisberg y Uris todo
                       se desploma. Lo mismo que pasó con Dachau.


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                            Queda un argumento todavía: la «solución final» del problema judío.
                            La «solución final» del problema judío no es una expresión propiamente alemana.
                       Desde hace siglos y siglos – exactamente desde Tito y la Diáspora – ha sida empleada por
                       todos los constructores de sistemas sociales: en primer lugar por los Estados del mundo
                       mediterráneo y después por los de la Europa septentrional y meridional. En Francia, la
                       hicieron célebre la Révolución de 1789 y luego Napoleón, que creyeron haberla encontrado
                       bajo la forma de un estatuto equitativo para todos los súbditos judíos que vivían en el
                       territorio nacional. Nada más terminar la guerra  europea, con la Declaración Balfour, tomó a
                       escala mundial el sentido de la «reconstitución de un hogar nacional judío» al que Inglaterra
                       se comprometia a ayudar en Palestina. Con el advenimiento del nacionalsocialismo en
                       Alemania, tomó el de exterminio masivo de los judíos europeos por medio de las cámaras de
                       gas.
                            ¿Es correcta esta interpretación?
                            En el proceso de Nuremberg fue esgrimida como una acusación contra todos los
                       dignatarios del régimen que habían participado de cerca o de lejos en la deportación de judíos
                       a los campos de concentración aplicando la «Solución final» y todos respondieron
                       unánimemente que «cuando se hablaba de la solución final del problema judío ellos no
                       sospechaban que esto quisiese decir las cámaras de gas». Bajo juramento, algunos testigos
                       llegaron a afirmar ante el tribunal (sobre todo en el proceso de los médicos), que habían
                       recibido – verbalmente, es verdad – órdenes para actuar en este sentido y se les creyó. En
                       aquella época se encontraban testigos para afirmar cualquier cosa con tal que fuese en el
                       sentido de la verdad de los vencedores. ¿No llegó uno de ellos a declarar como auténtica la
                       orden de «hacer saltar todos los campos, incluidos los guardianes, al aproximarse los
                       aliados»,
                       [260] cuando en realidad se probó después (declaración de Jacques Sabille en Le Figaro
                       Littéraire en 1951 y libro de Joseph Kessel Las manos del milagro) que gracias a Kersten,
                       médico de Himmler esta orden no había sido dada nunca? ¿No llegó a decir otro que la
                       artillería alemana había recibido la orden de echar a pique tres barcos cargados con deportados
                       (entre ellos el Arcona) que se dirigían por el mar Báltico hacia Suecia y de los que se ha
                       sabido después que fueron hundidos equivocadamente por la aviación aliada?
                            Si hoy en dia ya no se concede importancia a las órdenes de hacer saltar los campos al




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