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RASSINIER : La mentira de Ulises



                            En efecto, a partir de este día, todos mis paquetes me han sido remitidos casi intactos:
                       el jefe de bloque había hecho pasar mi número por las diferentes fases del desvalijamiento,
                       notificando la orden de "No tocarlo". A este debo el haber salvado la vida, pues los paquetes
                       que venían de Francia, además del suplemento que traían a la ración del campo eran un
                       magnífico medio de cambio con el cual se podían facilitar exenciones en el trabajo, prendas
                       suplementarias, enchufes. Ellos me han permitido pasar ocho meses en la enfermería que
                       otros, también enfermos, han pasado bajo unos tratamientos de los que han muerto.
                            A propósito de los paquetes, se produjo otro fenómeno trágico:
                       [102] la mayoría de los franceses, incluso de familia muy acomodada, recibían uno saqueado
                       en sus tres cuartas partes, y después nada más. Fue tras la liberación cuando obtuve la
                       explicación de esto. Al entrar en el campo, los presos escribían una vez a su familia,
                       precisando que tenían el derecho de escribir dos veces por mes. La familia enviaba un paquete
                       y, como éste era el primero, antes de enviar el segundo esperaba el acuse de recibo, que no
                       llegaba nunca, pues, a excepción de la primera, solamente una de cada diez cartas que
                       escribíamos llegaba a su destino. En el campo, el preso que escribía regularmente se
                       preguntaba qué era lo que pasaba, y mientras moría de inanición, su familia estaba persuadida
                       en Francia de que no valía la pena enviarle un segundo paquete: como no había acusado recibo
                       del primero, seguramente había muerto. Mi esposa que me envió regularmente un paquete
                       diario me ha dicho que ella no lo hacía más que para tranquilizar su conciencia y contra toda
                       esperanza, pues mi madre había logrado persuadirla, por este razonamiento, de que los enviaba
                       a un muerto y que además del luto cierto, era dinero perdido.


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                            El 1 de junio de 1944, el campo está desfigurado.
                            Desde el 15 de marzo, no han cesado de llegar convoys (de 800, 1.000 y 1.500), una o
                       dos veces por semana, y la población ha ascendido a cerca de 15.000 unidades. Si no ha
                       sobrepasado esta cifra, es porque la muerte ha segado en una proporción inuy cercana a la
                       totalidad de las personas llegadas: diariamente, de cincuenta a ochenta cadáveres han seguido
                       la dirección del crematorio. La H-Führung comprende exclusivamente una décima parte de la
                       población del campo: de mil cuatrocientos a mil ochocientos enchufados, omnipotentes y
                       sintiendo su importancia, reinan sobre la plebe fumando cigarrillos, tomando sopa y bebiendo
                       cerveza a voluntad.
                            Se está levantando el bloque 141, destinado para teatro-cine y el burdel está en
                       disposición de recibir mujeres. Todos los bloques, geométrica y agradablemente puestos sobre
                       la colina, están comunicados entre ellos por calles de hormigón; unas escaleras de cemento y
                       en rampa conducen a los bloques más elevados; delante de cada uno de ellos hay pérgolas, con
                       plantas trepadoras, pequeños jardincillos con césped de flores, por aquí, por allá,

                       [103] pequeñas glorietas con surtidores o estatuillas. La plaza, que cubre algo así como medio
                       kilómetro cuadrado, está totalmente pavimentada, tan limpia que en ella no se podría perder
                       un alfiler.
                            Una piscina central con trampolín, campo de deportes, frescas sombras, un verdadero
                       campo para colonia de vacaciones, y cualquier transeúnte al que le fuese concedido el visitarlo
                       en ausencia de los presos saldría convencido de que en él se lleva una vida agradable, llena de
                       poesía silvestre y especialmente envidiable, en todo caso fuera de toda medida común con los
                       azares de la guerra que son el destino de los hombres libres. La S.S. ha autorizado la creación
                       de un comando de música. Todas las mañanas y tardes, una banda de unos treinta
                       instrumentos de viento, con tambores y platillos, somete a ritmo la cadencia de los comandos
                       que van al trabajo o vuelven de él. Durante el día, se ejercita y ensordece el campo con los
                       más extraordinarios acordes. El domingo por la tarde, da conciertos ante la indiferencia
                       general, mientras los enchufados juegan al fútbol o hacen acrobacias en el trampolín.
                            Las apariencias han cambiado pero sigue la misma realidad. La H-Führung  es lo que
                       era: los políticos se han introducido en ella en número apreciable y los presos, en vez de ser
                       maltratados por los delincuentes, lo son por los comunistas o los que así se titulan. Cada
                       individuo percibe regularmente un salario: dos a cinco marcos por semana. Este salario es




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