Page 23 - El judío internacional
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Se complica con ello el asunto. Cuando a este núcleo de dominadores del mundo se les llama
                  "judíos" – y siempre lo son – no es posible segregar dicho núcleo estrictamente y separarlo de los
                  demás de su raza. El orientado lector podrá hacerlo, mas el judío, siempre inclinado a sentirse
                  ofendido, no puede soportar un ataque dirigido "a las alturas", por relacionarlo inevitablemente
                  consigo mismo. ¿Por qué, entonces, cuando se habla de esa clase de "más arriba", no se habla
                  simplemente de financieros en general, en vez de decir "judíos"? Lógica nos parece la pregunta,
                  pero no menos lógica es la respuesta: porque todos son judíos. No radica el problema en que en
                  una extensa lista de personas eminentemente ricas se encuentren mas nombres no judíos que
                  judíos. No  se trata únicamente de personas ricas, muchas de ellas habiendo obtenido sus riquezas
                  por igual sistema, sino que se trata solo de aquellas personas dominantes por sus riquezas, pues es
                  indudable que ser rico y dominar por las riquezas son dos cosas diferentes. El judío dominador
                  tiene, innegablemente, grandes riquezas; pero aparte de las mismas, tiene, además algo que es
                  infinitamente más poderoso que todas sus riquezas.

                  El judío internacional, como lo demostramos, no domina en el mundo por su riqueza, sino porque
                  posee en sumo grado ese espíritu mercantil e imperioso propio de su raza, y porque además puede
                  apoyarse sobre la lealtad y solidaridad de la misma, cosa que no acaece en ninguna otra familia
                  humana del globo terráqueo. Si se pretendiera conceder de pronto el dominio mundial actualmente
                  ejercido por los judíos al conjunto de miembros de la familia humana más predilecta en cuestiones
                  mercantiles, este mecanismo se desharía por el simple hecho de que los no judíos carecen de una
                  cualidad netamente determinada, que – divina, o humana, innata o adquirida – el judío posee en
                  sumo grado.

                  Inútil será decir que todo esto es negado por el judío moderno. No admite que el judío se
                  diferencie del resto de los mortales salvo en su culto religioso. "Judío", dice, no es epíteto de una
                  raza, sino que simplemente caracteriza a los creyentes de determinada confesión, tal como se
                  habla de "prebisterianos", "católicos" o "luteranos". Esta interpretación se halla a menudo en
                  artículos periodísticos, en los que los judíos protestan de que al delincuente de su raza condenado
                  por cualquier delito se le designe como judío, aduciendo que de los otros criminales tampoco se
                  hace constar la confesión religiosa; "¿Por qué hacerlo, entonces, con los judíos?" Exigir tolerancia
                  religiosa siempre surte efecto, y conviene muchas veces además, distraer la atención publica de
                  asuntos más importantes.

                  Ahora bien, si el judío se distinguiera del resto de la humanidad únicamente por su confesión
                  religiosa, desde el punto de vista del contenido moral, y si en realidad radicara en esto la
                  diferencia, la misma se eliminaría por el hecho de que la religión judía forma la base moral de las
                  ulteriores confesiones cristianas.

                  Por otra parte, consta que de los judíos que habitan en países de habla inglesa, dos millones se
                  dicen judíos por su raza y solo un millón declara su religión. ¿Serán por ellos los unos menos judíos
                  que los otros? No admite el mundo tal diferencia, como tampoco los sabios etnógrafos. Un irlandés
                  que abandona su credo, sigue siendo irlandés, como el judío sigue siempre siéndolo, aunque
                  renuncie a su sinagoga. A esto responde el sentir general de judíos y no-judíos.

                  Otra consecuencia más grave aun se presentaría su fuera justo tal nuevo aserto de los judíos. Seria
                  entonces inevitable explicar su afán de predominio, precisamente como resultado de sus creencias
                  religiosas. Tendría que decirse, necesariamente, que los judíos deben su poder a su religión, y por
                  lo tanto la crítica debería dirigirse hacia esa religión que proporciona riquezas terrenales y mundial
                  dominio a sus creyentes. Pero apoya otro hecho la falsedad de tal aserto: el de que los judíos, que
                  realmente ejercen el dominio mundial, no son precisamente religiosos. Nos demuestra la práctica
                  que los más sinceros creyentes de la Ley Mosaica son, en su mayoría, los judíos más pobres.
                  Cuando se quiera conocer la severidad mosaica, o sea la base de la moralidad del Antiguo







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