Page 25 - El judío internacional
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dedicado exclusivamente al intercambio. El judío se torno antipático por razones de negocio; mas
                  no todas pueden explicarse por la opinión personal, ni por la inventiva de sus enemigos. Es
                  conveniente recordar al respecto las persecuciones de que fueron víctimas los judíos en la antigua
                  Inglaterra. En aquella época, el gremio de comerciantes tenia en Inglaterra costumbres muy
                  honorables. Un comerciante honrado, por ejemplo, no podía nunca iniciar un negocio de por si, sino
                  que debía esperar a que se le ofreciera. También el arreglo de las vidrieras con luces o colores, o la
                  llamativa exposición de las mercaderías ante los ojos del público adquiriente, se consideraron
                  métodos despreciables, tendientes únicamente a quitar la clientela al comerciante vecino. Se
                  considero asimismo informal y desacostumbrado traficar al mismo tiempo con más de una clase de
                  artículos. Si alguien se ocupaba de la venta de té, ¿no hubiera sido perfectamente natural que
                  vendiera también cucharitas? Mas el solo anuncio de ello hubiera sublevado tan profundamente la
                  opinión publica en aquellos tiempos, que el comerciante, tal vez hubiera puesto en peligro su
                  negocio. Lo correcto para un comerciante de aquel entonces era dar a entender que solo muy
                  difícilmente se apartaría del comercio de sus mercaderías habituales.

                  Es fácil imaginarse lo que ocurriría al introducirse el judío en esta maraña de viejas costumbres.
                  Simplemente las destrozo. En aquellos tiempos las costumbres tenían un valor casi idéntico a las
                  leyes divinas, y, por lo tanto, el judío debía ser considerado con su proceder como un perfecto
                  ácrata. Se convirtió en un axioma que aquel que violara estos arcaicos hábitos comerciales, no se
                  asustaba ante nada. El judío tenía prisa de vender cualquier cosa. Si un artículo no satisfacía al
                  cliente, le ofrecía otro cualquiera que tuviera a mano. Las casas de comercio judías se
                  transformaron en bazares, que a su vez, son predecesores de nuestros gigantescos y modernos
                  almacenes. Con ello desapareció la antigua y sana costumbre inglesa de tener una tienda para cada
                  índole de mercancías. El judío, siempre en pos del negocio, lo persiguió, lo derroto charlando, fue el
                  inventor de la máxima de "grandes negocios con pocos beneficios"; fue también el que introdujo el
                  sistema de negocios a plazos. Lo único que el judío jamás pudo tolerar, fueron la tranquilidad y la
                  estabilidad. Únicamente la movilidad fue su anhelo. El judío es el padre del anuncio y las ventas en
                  que la simple publicación de las señas de cualquier casa comercial hubiese despertado la sospecha
                  en el publico de que el dueño de la misma necesitaba dinero con urgencia, que se hallaba al borde
                  de la quiebra y que en su desesperación acudía hasta los mas dudosos medios de salvación a que
                  jamás hubiese recurrido comerciante alguno con dignidad.

                  Es indudable que tal energía y vivacidad pudieran ser confundidas con mala fe. El comerciante
                  británico honrado tuvo que suponer que el judío no procedía de buena fe. Este, en cambio, hizo su
                  juego para apoderarse de los negocios, y lo consiguió maravillosamente.

                  A partir de entonces el judío siempre demostró idéntica habilidad. La facultad de atraer correntadas
                  de oro hacia sus propias arcas, en particularidad instintiva. El establecimiento de un solo judío en
                  un país cualquiera creo de inmediato la base para que pudieran establecerse también otros de su
                  raza. No le hace que esto sea el natural desarrollo de unas aptitudes innatas o un plan consciente,
                  fundado en la unidad y lealtad de raza; lo evidente es que en todo momento las factorías judías
                  guardaban contacto entre si. A medida que crecían estas en riquezas, influencia y poderío, logrando
                  relaciones con los gobiernos de los países en que se manifestaron, tuvo por fuerza que pasar el
                  poderío principal al centro de la comunidad, sin que fuera óbice el que este estuviera
                  temporalmente en España, en Holanda, o en Inglaterra. Inútil es inquirir si ocurría
                  intencionadamente o no: lo cierto es que uniéronse con mayor firmeza con la que otras ramas
                  comerciales pueden lograrlo, porque el engrudo de la unidad de raza, el lazo de fraternidad racial
                  no puede ser tan firme, en ninguna nacionalidad, como lo es en la judía. Nunca coinciden los no-
                  judíos en considerarse solidarios en su calidad de tales, ni se consideran obligados al prójimo
                  porque este sea también no-judío. Aconteció así que se prestaron voluntariamente como agentes
                  de los hebreos en tiempos y ocasiones en que a los judíos no les convenía mostrarse públicamente
                  como dueños del negocio. Pero jamás estos substitutos fueron verdaderos competidores de los
                  judíos en el terreno de la dominación económica del mundo.







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