Page 84 - El judío internacional
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Proferidas estas retumbantes palabras, sumergiéronse de pronto todas las ardientes velas en la
sangre, y de todas las gargantas broto un fulminante grito de odio y maldición. Y en las densas
tinieblas bajo solemnes execraciones todos dijeron: “¡Amen, amen!” (J. K. Hosmer: Los judíos).
Poseemos así una ilustración para el capitulo “delaciones”. Con claridad meridiana aparece la
enorme presión que moralmente oprime a los judíos que intenten sublevarse públicamente contra
las ideas antisociales de su pueblo, aunque por temor a los terribles e inminentes castigos no se
atreven.
La delación, tal como ordena la tesis 17 de los Protocolos, es preciso aplicarla contra todo aquel
que se resista contra el “kahal”, o sea el antiguo sistema soviético de los judíos.
Luego de aniquilado el Estado judío por los romanos, mantuvieron los hebreos en la persona de su
patriarca un centro espiritual y político, y una vez dispersados los israelitas por el mundo entero,
este centro nacional siguió existiendo en la persona del “Príncipe del destierro”, o sea del exilarca,
cuyo cargo suponemos existe aun hoy, y que según la creencia de muchos es actualmente ejercido
por un personaje hebreo-americano. Pese a todas las afirmaciones contradictorias, los hebreos
nunca dejaron de ser un pueblo, o mejor dicho, un grupo conscientemente compacto sobre la base
de su raza común, visiblemente diferente de todos los demás pueblos, y con fines e ideales
puramente judíos, es decir, de judíos para judíos y opuestos a toda la humanidad. Que realmente
formen una nación dentro de otras naciones, sus voceros más responsables y sus mas sesudos
pensadores no solo no lo niegan, sino que hasta lo puntualizan especialmente, hallándose así en
absoluta concordancia con todos los hechos perceptibles. El hebreo desea vivir diferenciado de los
otros pueblos, esforzándose en obedecer únicamente sus propias leyes y costumbres. Consiguieron
los judíos en Nueva York, establecer su propio juzgado que entiende en sus asuntos particulares y
de acuerdo con su peculiar legislación. Y corresponde esta exactamente a los principios del soviet o
kahal.
Ya lo dice la “Enciclopedia judía”; la “comunidad”, la “asamblea” o “Kahal” fue siempre, y desde el
siglo primero de nuestra era hasta la fecha, el centro de la vida publica hebrea. Otro tanto ocurrió
ya en tiempos del destierro babilónico. Finalmente se manifestó oficial y públicamente este kahal en
la conferencia de Versalles, donde los hebreos, de acuerdo con su programa mundial (el único que
t
con pleno éxi o y ninguna modificación triunfo en la conferencia), se aseguraron el derecho de su
kahal para sus asuntos administrativos y culturales todos, prerrogativa esta que añadióse a
derechos ya existentes hasta en países donde hasta entonces el predominio se les había limitado.
La cuestión polaca es genuinamente judía, y el fracaso de Paderewsky como gobernante fue solo
consecuencia de su posición bajo influencias hebreas. La de Rumania es también puramente judía,
y todos los súbditos rumanos hablan de Norteamérica como del “Estado judío”, por haberse
impuesto por sus políticos de la formidable presión ejercida sobre su patria por los judíos de
Estados Unidos. Se ejerció esta presión sobre asuntos realmente vitales para Rumania y obligo a
dicho país a firmar tratados tan humillantes o más que las condiciones impuestas a Serbia por el
Imperio Austro-Húngaro, y de las cuales surgió la guerra mundial. Es visible la cuestión judía por
encima de todas las causas que provocaron la guerra, como lo fue también sobre todos los
obstáculos contra una paz posible.
Bajo el kahal, o el antiguo soviet, vivían los hebreos para si, gobernándose a si mismos en forma de
relaciones con el gobierno oficial del país en que residían, solo por intermedio de sus superiores. Se
caracterizaba esta forma como un comunismo mucho más agudizado de lo que jamás se
presentara, salvo en Rusia. Educación, higiene, impuestos, asuntos familiares; todo quedo sujeto a
la ilimitada voluntad de unos cuantos hombres que integraban el gobierno. Esta autoridad, tampoco
limitabase temporalmente (lo cual debe también suponerse del actual poder teocrático de los
rabinos), y recogíase muchas veces el cargo hereditariamente. La propiedad fue común, lo cual,
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