Page 89 - El judío internacional
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gobernador de uno de nuestros más importantes Estados se opuso a un proyectado decreto para la
                  regulación de los alquileres. Fue apoyada su resistencia por una presión sumamente intensa que
                  ejercióse sobre él por los más poderosos intereses hebreos, tanto de su propio distrito como de los
                  Estados vecinos. Pero finalmente se decidió a firmar y ordenar la ejecución del decreto, y esto
                  sobre la base de sus personales investigaciones y otras efectuadas por sus colaboradores. En
                  centenares de casos se comprobó la práctica general entre los propietarios israelitas de traspasar la
                  respectiva propiedad sucesivamente a todos los miembros de la familia, originando cada traspaso
                  una correspondiente alza de los alquileres. Los ojos del público se van abriendo, en lo referente a la
                  cuestión judía, de manera diferente. El caso citado torno vidente a un gobernador de Estado.

                  Empero, no constituye esto una particularidad exclusiva de los propietarios judíos, sino que también
                  propietarios no-judíos recurrieron a la misma artimaña. Pero la propiedad de fincas constituye en
                  realidad un dominio judío. El judío es el verdadero propietario del suelo norteamericano. Esto
                  podrían confirmarlo todos los aparceros e inquilinos de casas de Estados Unidos, con excepción del
                  Oeste. Indudablemente que la propiedad de fincas propiamente dicha no es reprochable en tanto
                  no se manifestó en un sentido antisocial o antinorteamericano. Pero es aquí donde radica el mal.
                  Muchos de los más antiguos y sagrados lugares del americanismo, situados en el Este del país,
                  perdieron totalmente su carácter original por la invasión, no de "extranjeros", sino de judíos.

                  Cuanto más en detalle vamos conociendo esta invasión, mas debemos desconfiar de las cifras que
                  los hebreos publican sobre la población judía en los Estados Unidos.

                                       ,
                  ¿Quién sabía, hasta hoy  que la única nacionalidad a la que el gobierno de los Estados Unidos no
                  puede dirigir preguntas sobre estadísticas de inmigración ni de ingresos, es la judía?

                  ¿Quién sabía, hasta hoy , que el gobierno de los Estados Unidos, cuando desea saber algo referente
                  a los judíos, tiene que recurrir a estadísticas que , a su vez, reciben sus datos exclusivamen te de
                  esos mismos  judíos?

                  Cuando declara una nación (como lo hace la judía), que no constituye una nación propiamente
                  dicha, ni tiene estadísticas nacionales propias que, a pedido pudiera ponerse a disposición del
                  gobierno del país en que vive, ¿por qué, entonces, se trata a si mismo como nación distinta y lleva
                  registros propios?

                  Los judíos de los Estados Unidos, tal como los residentes en todos los Estados europeos,
                  constituyen en realidad una nación propia, con su propio gobierno, su propia política y su propia
                  diplomacia reconocida. Y el gobierno de los Estados Unidos se relaciona con el gobierno judío en
                  Norteamérica por intermedio de judíos elegidos. Sobre este punto no puede existir ninguna duda.

                  Un somero estudio de la rápida modificación de ciudades yanquis en todas las latitudes del país,
                  lleva al convencimiento de que las estadísticas formadas por judíos y destinadas a la información de
                  los no-judíos, desfiguran completamente los hechos. Aumenta la convicción al saber que las
                  estadísticas hebreas destinadas a su propio uso difieren considerablemente de las destinadas al uso
                  del resto de la humanidad.

                  La predilección de los hebreos por la propiedad inmueble tiene su explicación en la tendencia judía
                  a la especulación en gran escala, por vergonzoso y despreciable que esto sea. No puede reprobarse
                  al judío por hacerse propietario de fincas, ni por lo que llegue a ser el propietario más importante;
                  tampoco debemos condenarle mas acerbamente que a sus cómplices no judíos por haber hecho
                  abuso criminal de este negocio. Pero constituye en cambio, un punto genuinamente
                  norteamericano, evitar que las ciudades, que se les enseña a nuestra juventud como cuna de
                  nuestra libertad y baluarte del americanismo, se transformen financiera y políticamente en ciudades
                  semitas, ni en focos del bolcheviquismo mundial.







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