Page 26 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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I. Introducción
La manera en que alguna gente que está sumergida en la vida
práctica encara problemas económicos, es de una trivialidad descon-
certante. Sólo así se explica que algunos judíos repitan maquinal-
mente la muletilla de los antisemitas: vivimos cual parásitos a costa
de otros pueblos, de no haber sucedido así, nos hubiéramos muertos
de hambre. Este es uno de los puntos en el que se muestra el debili-
tamiento de nuestra conciencia debido a acusaciones injustas. ¿Cuál
es el verdadero sentido de las palabras “a costa de otros”? Si no con-
tienen la vieja limitación fisiocrática, reposan sobre el error pueril de
creer que en la vida de los bienes todo se repite.
Ahora bien, nosotros, como Rip van Winkle, no tenemos que des-
pertarnos recién del sueño en que estamos sumergidos desde hace
muchos años, para reconocer que el mundo se transforma por el in-
cesante surgimiento de riquezas que, en nuestra época, asombrosa
por los progresos de orden técnico, aun las percibe en torno suyo el
más pobre de espíritu, con ojos cerrados. El espíritu emprendedor
los ha creado.
El trabajo hecho sin espíritu emprendedor es el del estacionario,
del viejo; el ejemplo típico lo da el agricultor, que está exactamente
en el mismo punto que estaba, hace mil años, su remoto antepasa-
do. Todo bienestar económico ha sido realizado por el espíritu em-
prendedor. Uno casi se avergüenza de escribir semejante trivialidad.
Aun si fuéramos exclusivamente emprendedores, como se afirma
exagerando, no tendríamos necesidad de un pueblo regido económi-
camente. No estamos destinados a perseguir riquezas, porque noso-
tros creamos nuevas riquezas.
Tenemos esclavos del trabajo de fuerza insólita, cuya aparición en
el mundo civilizado significa una competencia mortal para el trabajo
manual: son las máquinas. Se necesitan, ciertamente, trabajadores
también para ponerlas en movimiento pero, para estas necesidades
contamos con bastante hombres, tal vez, demasiados. Sólo quien no
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