Page 29 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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THEODOR HERZL
               Pero creo que no se nos dejará en paz.
               No hemos de ser aniquilados por la opresión y las persecuciones.
            Ningún pueblo de la historia ha soportado luchas y sufrimientos co-
            mo el nuestro. Acosándonos, sólo han conseguido que perecieran
            los débiles de entre nosotros. Cuando se inician las persecuciones,
            los judíos retornan con arrogancia a su raza. Esto se pudo advertir
            claramente en la época inmediata a la emancipación de los judíos.
            Los judíos que gozaban espiritualmente y materialmente de una po-
            sición elevada, perdieron el sentimiento del vínculo que lo unió. Si el
            bienestar político dura algún tiempo, nos asimilamos en todas par-
            tes; creo que esto no puede tacharse de indigno. Por eso el estadis-
            ta que desee la ruina racial de los judíos a favor de su pueblo, tendría
            que preocuparse por la duración de nuestro bienestar político. Y ni
            siquiera un Bismarck lo ha podido.
               En el corazón del pueblo están arraigados profundamente viejos
            prejuicios contra nosotros. Quien quiera darse cuenta de ello no tie-
            ne más que prestar atención a aquello en lo que el pueblo se mani-
            fiesta sincera y simplemente: las leyendas y los refranes son antise-
            mitas. El pueblo es, en todas partes, un niño grande al que, natural-
            mente, se puede educar, pero esta educación requeriría, en el mejor
            de los casos, un tiempo tan enorme que, como ya he dicho, muchos
            antes hubiéramos podido ayudarnos de otra manera.
               La asimilación, bajo la cual comprendo no solamente los ele-
            mentos exteriores que pudieran introducirse en el vestir, en las cos-
            tumbres, en los hábitos y en la lengua, sino la igualación paulatina
            de los sentimientos y de la manera de ser; la asimilación de los ju-
            díos no podrá ser lograda, en todas partes, sino por el casamiento
            mixto. Más éste tendrá que ser sentido, por la mayoría, como una
            necesidad; no basta, de ninguna manera, declarar lícito el matrimo-
            nio mixto. Los liberales húngaros que lo han hecho ahora incurrie-
            ron en un grave error. Este casamiento, instituido doctrinariamen-
            te, fue bien ilustrado por uno de los primeros casos: un judío con-
            verso se casó con una judía. Pero la lucha a favor de la actual ma-
            nera de contraer matrimonio ha agravado mucho las diferencias
            entre cristianos y judíos en Hungría y, por ende, ha perjudicado
            más que favorecido, la mezcla de las razas. El que desee la desapa-
            rición de los judíos por la mezcla, puede ver en ello solamente una


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