Page 33 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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THEODOR HERZL
            ni con canoas; el río, en el que aquél desemboca, soporta magnífi-
            cos buques de hierro.
               Nadie es lo bastante fuerte o lo bastante rico como para transpor-
            tar un pueblo de una residencia a otra. Esto puede hacerlo solamen-
            te una idea. La idea de un Estado posee tal poder. Los judíos no han
            cesado de soñar, a través de toda la noche de su historia, este sueño
            real: “¡El año que viene en Jerusalem!” Es nuestra antigua frase. Se
            trata, pues, de mostrar que el sueño puede transformarse en un pen-
            samiento rutilante.
               Para eso hay que hacer, ante todo, tabla rasa de muchos con-
            ceptos viejos, repetidos, confusos y limitados. Así, muchos cere-
            bros embotados creerán que la migración tiene que salirse de la ci-
            vilización para internarse en el desierto. ¡No es cierto! La migra-
            ción se realiza en medio de la cultura. No se baja a un grado infe-
            rior, sino que se asciende a uno superior. No se ocupan chozas de
            barro, sino casas más hermosas y más modernas, que se constru-
            yen de nuevo y se las puede poseer sin peligro. No se pierden los
            bienes adquiridos, sino que se los valoriza. Se renuncia a un dere-
            cho de buena ley a cambio de uno mejor. No se abandona las cos-
            tumbres queridas, sino que se las vuelve a encontrar. No se deja la
            casa vieja antes que la nueva esté lista. Emigran solamente los que
            están seguros de mejorar su posición con ello. Primero, los deses-
            perados; luego, los pobres; luego, los acomodados; luego, los ri-
            cos. Los precursores alcanzan la clase superior, hasta que esta últi-
            ma comienza a enviar a sus miembros. La emigración es, al mismo
            tiempo, un movimiento ascendente de clases. Después de la salida
            de los judíos, no surgen obstáculos económicos, ni crisis, ni perse-
            cuciones, sino que comienza un período de prosperidad para los
            países abandonados. Se inicia un movimiento interno de los ciuda-
            danos cristianos hacia las posiciones abandonadas por los judíos.
            La migración es gradual, sin sacudidas y ya su comienzo marca el
            fin del antisemitismo. Los judíos se alejan como amigos respeta-
            dos, y cuando algunos vuelvan más tarde, se les recibirá y tratará,
            en los países civilizados, con la benevolencia que dispensan a otros
            extranjeros. Esta emigración no es una huida, sino una marcha or-
            denada bajo la supervisión de la opinión pública. El movimiento no
            se ha de iniciar sólo con medios estrictamente legales, sino que ha


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