Page 38 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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THEODOR HERZL
               Yo creo que la presión existe en todas partes. En las esferas ju-
            días adineradas, se siente el malestar. En las esferas medias, apa-
            rece como una grave y sombría angustia. En las inferiores, es la
            desesperación.
               En todas partes el malestar puede reducirse a la clásica exclama-
            ción del berlinés: “¡Afuera los judíos!”.
               Formularé, pues, el problema judío en la forma más concreta:
            ¿Tenemos que irnos ya? y ¿a dónde?
               O, ¿podemos quedarnos aún? ¿Durante cuánto tiempo?
               Resolvamos primero el problema de la permanencia; ¿Pode-
            mos esperar tiempos mejores, armarnos de paciencia y resigna-
            dos a la voluntad de Dios, aguardar a que la voluntad de los go-
            bernantes y pueblos de la tierra nos sea más propicia? Digo que
            no podemos esperar ningún cambio en la corriente. ¿Por qué?
            Los gobernantes, aun cuando estemos tan cerca de su corazón co-
            mo los demás ciudadanos, no pueden protegernos. Echarían so-
            bre sí la carga del odio contra judíos, si les mostraran “demasia-
            da” benevolencia. Y con este “demasiado” hay que entender me-
            nos benevolencia que la que todos los ciudadanos ordinarios y to-
            dos los grupos puedan reclamar. Todos los pueblos entre quienes
            viven los judíos son, sin excepción, vergonzosa o desvergonzada-
            mente antisemitas.
               El vulgo carece de comprensión histórica y no puede tenerla.
            No sabe que los pecados de la Edad Media recaen actualmente so-
            bre los pueblos europeos. Somos lo que de nosotros se hizo en los
            guetos. Hemos logrado, sin duda, una superioridad en los nego-
            cios, porque en la Edad Media se nos empujó a ello. Se nos vuel-
            ve a obligar a dedicarnos a los negocios, que ahora se llama Bol-
            sa, al excluirnos de todas las demás profesiones. Pero el hallarnos
            en la Bolsa abre, para nosotros, una nueva fuente de desprecio. A
            esto se añade que producimos, sin cesar, intelectuales medios, que
            no tienen salida y por eso constituyen un peligro idéntico al de la
            riqueza creciente. Los judíos cultos y sin bienes se adhieren todos
            al socialismo. La batalla social debe ser librada pero, en todos los
            casos, sobre nuestras espaldas, porque nosotros nos hallamos en
            los puntos más expuestos, tanto en el campo capitalista como en
            el socialista.


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