Page 39 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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EL ESTADO JUDÍO
         De cómo se ha tratado de resolver

         el problema hasta ahora


            Los ingeniosos medios que se han empleado, hasta ahora, para
         hacer desaparecer la situación aflictiva de los judíos fueron o insigni-
         ficantes, como en el caso de las diferentes colonizaciones, o conce-
         bidos erróneamente, como las tentativas de hacer, de los judíos, agri-
         cultores en su patria actual.
            ¿Qué se consigue con llevar unos miles de judíos a otra región?
            Una de dos; o prosperan, y entonces el antisemitismo aumenta
         en proporción a sus riquezas, o se arruinan inmediatamente. Ya
         nos hemos ocupado más arriba de los países. La desviación es in-
         suficiente y sin objeto, o está en contradicción al fin perseguido. Se
         dilata de esta manera la solución, se la posterga y quizá hasta se la
         dificulta.
            Pero el que quiera hacer agricultores de los judíos está en craso
         error. El agricultor es una categoría histórica, y esto se aprecia me-
         jor en su manera de vestir, la que, en la mayoría de los países, da-
         ta de hace siglos, así como en sus herramientas, que son exacta-
         mente las mismas que usaron en tiempos de sus remotos antepa-
         sados. El arado es el mismo; siembra sacando el grano del delan-
         tal; siega con la histórica guadaña y trilla con el trillo. Sin embargo
         sabemos que hay máquinas para todo eso. También el problema
         agrario es solamente una cuestión de máquinas. América tiene que
         vencer a Europa, así como los grandes latifundios aniquilan los cor-
         tijos. El campesino es una figura que está destinada a perecer. Si
         se ha conservado al agricultor artificialmente, ello se debe a los po-
         líticos a que sirve. Querer hacer nuevos agricultores, según receta
         antigua, es imposible e insensato. Nadie es lo bastante rico, ni lo
         bastante poderoso como para detener, a la fuerza, el avance de la
         cultura. Ya la conservación de formas anticuadas de cultura es una
         tarea tremenda, para la que apenas alcanzan los medios de un Es-
         tado regido autocráticamente.
            ¿Se quiere, por ventura, exigir del intelectual judío que se vuelva
         agricultor de viejo cuño? Sería exactamente lo mismo que si se le di-
         jera al judío; “¡He aquí una ballesta, ponte en campaña!”. ¿Cómo?


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