Page 42 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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THEODOR HERZL
            medios que no tienen ninguna salida hacia abajo y tampoco puede
            elevarse sobre su nivel, no referimos al descenso y ascenso norma-
            les. Los componentes de nuestras clases inferiores se vuelven prole-
            tarios perturbadores del orden, llegan a ser los subalternos de todos
            los partidos revolucionarios, mientras aumenta el temible poder del
            dinero en nuestras clases superiores.


            Efectos del antisemitismo


               La presión ejercida sobre nosotros no nos hace mejores. No di-
            ferimos de los demás hombres. Es cierto que no amamos a nues-
            tros enemigos. Pero el derecho de echárnoslo en cara le asiste só-
            lo al que pueda dominarse a sí mismo. La presión excita, natural-
            mente, en nosotros el rencor contra nuestros opresores y nuestro
            rencor aumenta, a su vez, la presión. Es imposible salir de este cír-
            culo vicioso.
               -“¡Y sin embargo es posible!” –dirán algunos tiernos visionarios-
            inculcando a los hombres sentimientos de bondad.
               ¿He de demostrar ahora la extravagancia sentimental que implica
            esta afirmación? El que quiere fundamentar un mejoramiento de la
            situación basado en la bondad de todos los hombres, que escriba, en
            todo caso, una utopía.
               Ya he hablado de nuestra asimilación. No afirmo, en ningún mo-
            mento, que la deseo. La personalidad de nuestro pueblo es demasia-
            do gloriosa en la historia y, pese a todas las humillaciones, demasia-
            do elevada, para desear su muerte. Si se nos dejara en paz durante
            sólo dos generaciones podríamos, quizás, desaparecer sin dejar hue-
            llas, en el seno de los pueblos que nos rodean. Pero no se nos dejará
            en paz. Después de breves períodos de tolerancia, surge siempre de
            nuevo el rencor contra nosotros. Nuestro bienestar parece contener
            algo de irritante, porque el mundo está acostumbrado, desde hace si-
            glos, a ver en nosotros a los más despreciados de entre los pobres.
            No se advierte, por otra parte, por ignorancia o por estrechez de mi-
            ras, que nuestro bienestar nos debilita como judíos y anula nuestros
            rasgos peculiares. Sólo la presión nos hace adherirnos al viejo tron-
            co, sólo el odio de los que nos rodean nos vuelve extranjeros.


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