Page 46 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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THEODOR HERZL
            Si S.M. el Sultán nos diera Palestina, podríamos comprometernos a
            regularizar las finanzas de Turquía. Para Europa formaríamos allí un
            baluarte contra el Asia; estaríamos al servicio de los puestos de
            avanzada de la cultura contra la barbarie. En tanto que Estado neu-
            tral, mantendríamos relación con toda Europa, que tendría que ga-
            rantizar nuestra existencia. Respecto a los Santos Lugares de la cris-
            tiandad, se podría encontrar una forma de autonomía, aislarlos del
            territorio, de acuerdo al derecho internacional. Formaríamos la guar-
            dia de honor alrededor de los Santos Lugares, asegurando con nues-
            tra existencia el cumplimiento de este deber. Esta guardia de honor
            sería el gran símbolo para la solución del problema judío, después de
            dieciocho siglos, llenos de sufrimiento para nosotros.



            Necesidad, órgano y relaciones

               En el penúltimo capítulo afirmé que la Jewish Company organi-
            za, en el nuevo país, las relaciones económicas. Creo conveniente in-
            tercalar algunas aclaraciones al respecto. Un esbozo de esta natura-
            leza está amenazado, en sus fundamentos, ni bien las gentes “prác-
            ticas” se pronuncian contra él. Ahora bien, las gentes prácticas son,
            generalmente, sólo rutinarios incapaces de salir de un viejo y estre-
            cho círculos de nociones. Pero su oposición es de importancia y pue-
            de dañar mucho a lo nuevo, al menos mientras lo nuevo no sea lo
            bastante fuerte como para abatir las frágiles opiniones de los espíri-
            tus prácticos.
               Cuando en Europa aparecieron los ferrocarriles, hubo espíritus
            prácticos que declararon locura la construcción de ciertas líneas
            “porque ni siquiera la diligencia tenía allí  bastante pasajeros”. No se
            conocía, en ese entonces, la verdad que hoy nos resulta de una sen-
            cillez infantil: que no son los viajeros los que hacen surgir el ferroca-
            rril sino, por el contrario, es el ferrocarril el que hace surgir a los via-
            jeros, si se presupone la necesidad latente.
               De la misma especie de escrúpulos de orden práctico respecto al
            ferrocarril, serán los de muchos que no pueden imaginarse cómo se
            ha de crear la vida económica de los recién llegados en el país nue-
            vo, que aún se está por obtener y por cultivar. Un espíritu práctico


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