Page 94 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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VI. Epílogo
¡Cuánto ha quedado sin examinar, cuántas omisiones, cuántas co-
sas perjudiciales por haber sido hechas a la ligera y cuántas repeti-
ciones inútiles presenta este escrito, en las que, ciertamente, he re-
flexionado y retocado!
El lector de buena fe, lo bastante inteligente como para penetrar
el alma de las palabras, no se dejará desalentar por los defectos. Se
sentirá más bien lleno de ardor por poder participar, con su sagaci-
dad y su fuerza, en una obra que no pertenece a un individuo y por
poder mejorarla.
¿No he expuesto cosas que se entienden por sí mismas y no he
pasado por alto dificultades de importancia?
He tratado de refutar algunas objeciones; sé que hay otras mu-
chas, más o menos importantes.
Entre las objeciones de peso, está la de que la situación penosa
de los judíos no es única en el mundo. Pero creo que debemos po-
nernos a la obra para hacer desaparecer un poco de miseria, aunque
fuera nada más que la propia.
Además, se puede decir que no tendríamos que introducir nue-
vas diferencias entre los hombres ni erigir nuevas barreras, sino que
más bien deberíamos hacer desaparecer las antiguas. Creo que los
que así piensan son soñadores amables, pero el polvo de sus hue-
sos se habrá dispersado sin dejar rastros cuando la idea de patria flo-
rezca todavía. La fraternidad universal ni siquiera es un hermoso
sueño. El enemigo es necesario para los más altos esfuerzos de la
personalidad.
Creo que los judíos tendrán siempre, como cualquier otra nación,
bastantes enemigos. Pero cuando vivan en su propio territorio no
podrán ser dispersados por el mundo entero. No se puede repetir la
diáspora mientras no se hunda la cultura entera del mundo. Y esto
solamente puede temerlo un imbécil. La cultura actual cuenta con
fuerzas suficientes como para defenderse.
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