Page 95 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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THEODOR HERZL
Las objeciones de menos peso son innumerables, puesto que hay,
sin duda, más hombres inferiores que superiores. He tratado de su-
perar algunas concepciones estrechas. El que quiera colocarse tras la
bandera blanca con las siete estrellas, tiene que agregarse a esta
campaña cultural. Quizás el combate tenga que librarse primeramen-
te contra muchos judíos, malvados, mezquinos y estrechos.
¿No se dirá que proporciono armas a los antisemitas? ¿Por qué?
¿Porque admito lo cierto? ¿Porque no afirmo que entre nosotros hay
únicamente hombres perfectos?
¿No se dirá que muestro un camino por el que se nos podría per-
judicar? Protesto contra esto de la manera más enérgica. Lo que yo
propongo sólo puede ser realizado con el libre consentimiento de la
mayoría de los judíos. Puede llevarse a cabo contra la voluntad de al-
gunos grupos, hasta contra la de los grupos de judíos más poderosos
actualmente, pero nunca, absolutamente nunca, con una oposición
del Estado, contra todos los judíos. Ya no se puede suprimir la igual-
dad de los judíos ante la ley, donde existe; pues el sólo intentarlo
arrojaría inmediatamente a todos los judíos, pobres y ricos, a los par-
tidos subversivos. El comienzo oficial de injusticia contra los judíos,
provoca, en todas partes, crisis económicas. No pueden, pues, hacer
nada eficaz contra nosotros si no quieren hacerse mal a sí mismos.
Con esto aumenta cada vez más el odio. Los ricos no lo sienten tan-
to. ¡Pero nuestros pobres! Que se pregunte a nuestros pobres que,
desde que recrudeció el antisemitismo, se empobrecieron más que
nunca.
¿Opinarán algunas personas acomodadas que la presión no es
todavía tan grande como para justificar la emigración y que, hasta
en las expulsiones violentas, se puede notar con qué poca gana emi-
gra nuestra gente? ¡Sí, porque no saben adónde van! ¡Porque salen
de una situación miserable para sumirse en otra! Pero nosotros les
indicamos el camino que conduce a la Tierra Prometida. Y la fuer-
za magnífica del entusiasmo debe luchar con la terrible fuerza de la
costumbre.
Las persecuciones no son tan malignas como en la Edad Media.
Seguramente, pero nuestra sensibilidad se ha acrecentado de mane-
ra que no sentimos disminución alguna en los sufrimientos. La larga
persecución ha sobreexcitado nuestros nervios.
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