Page 90 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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EL ESTADO JUDÍO
         Reciprocidad y tratados de extradición


            El nuevo Estado Judío tiene que estar fundado sobre el honor.
         Pensamos en nuestro futuro honor en el mundo.
            Por eso se debe llevar a feliz término, todos los compromisos con-
         traidos en los países en que se ha vivido hasta ahora. La Society of
         Jews y la Jewish Company proporcionarán el viaje barato y facilida-
         des para establecerse en el nuevo país sólo a los que presenten un
         certificado de las autoridades del país del que proceden, en estos tér-
         minos: “Ha partido observando buena conducta”.
            En el Estado Judío se podrá entablar juicio, más fácilmente que en
         cualquier otra parte, por reclamaciones en la esfera del derecho pri-
         vado y que provengan aun de los países abandonados. No esperare-
         mos ninguna reciprocidad. Lo haremos sólo por nuestro honor. De
         esta manera también nuestras reclamaciones hallarán tribunales más
         benévolos que los que actualmente hallamos.
            De todo lo dicho se desprende que también a los delincuentes judíos
         los entregaremos más fácilmente que cualquier otro Estado, hasta el
         momento que impongamos el castigo según los principios vigentes en
         todos los demás países civilizados. Habrá, pues, un lapso durante el
         cual recibiremos a nuestros delincuentes, sólo después de cumplir la
         condena. Pero si la han cumplido serán recibidos sin ninguna restric-
         ción; entre nosotros los delincuentes han de comenzar una vida nueva.
            De esta manera, la emigración puede llegar a ser, para muchos ju-
         díos, una crisis provechosa. Serán suprimidas las malas condiciones
         exteriores, debido a las cuales se han echado a perder muchos carac-
         teres y los extraviados podrán alcanzar la salvación.
            Quisiera contar, someramente, la historia que encontré en un in-
         forme sobre las minas de oro de Witwatersrand. Un hombre llegó un
         día a ese país, se estableció, ensayó algunas cosas, pero no la mine-
         ría, finalmente fundó una fábrica de hielo, que prosperó y ganó pron-
         to la consideración general por su honestidad. Al cabo de algunos
         años fue detenido. Como banquero, había cometido fraudes en
         Francfort, había huido y empezado aquí, con un nombre falso, una
         vida nueva. Pero cuando se lo llevaba preso, aparecieron en la esta-
         ción las personas más calificadas, le dijeron cordialmente adiós y...
         ¡hasta la vista! Puesto que él debía volver.


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