Page 87 - Teodoro Herzl El Estado Judio
P. 87

THEODOR HERZL
               La democracia, sin el útil contrapeso de un monarca, procede sin
            mesura, en el reconocimiento y en la condena, conduce a la chácha-
            ra parlamentaria y a la odiosa clase de los políticos de profesión. Tam-
            poco los pueblos modernos son capaces de regirse por una democra-
            cia ilimitada y creo que, en el futuro, lo serán cada vez menos, dado
            que la democracia pura presupone costumbres sencillas y las nuestras
            se hacen cada vez más complicadas con el tráfico y la cultura. “Le res-
            sort d’une démocratie est la vertu”, dice el juicioso Montesquieu. ¿Y
            dónde se encuentra esa virtud? Me refiero a la virtud política.
               No creo en nuestra virtud política, porque nosotros no somos di-
            ferentes de los demás hombres modernos y porque gozando de la li-
            bertad se nos subirán rápidamente los humos a la cabeza. El referén-
            dum lo considero incompleto, puesto que en la política no hay pre-
            guntas sencillas a las que se pueda responder simplemente con un sí
            o un no. Además, las masas están sometidas, en mayor grado que
            los parlamentos, a todas las creencias erróneas, y se aficionan a cual-
            quier vocinglero.
               Ante el pueblo reunido, no se puede hacer política externa ni
            interna.
               La política debe hacerse de arriba para abajo. Sin embargo, en el
            Estado Judío nadie se verá reducido a servidumbre, pues todo judío
            puede ascender y ascenderá. De este modo ha de originarse en nues-
            tro pueblo un movimiento de ascensión. Cada individuo creerá ele-
            varse a sí mismo y así se elevará a un tiempo el conjunto. La ascen-
            sión se ha de sujetar a formas morales, útiles al Estado y que sirvan
            a la idea popular.
               Por eso imagino una república aristocrática. Eso se adapta tam-
            bién a las ambiciones de nuestro pueblo, que han degenerado ahora
            en necia vanidad. Tengo presente en mi espíritu muchas institucio-
            nes de Venecia; pero se ha de evitar todo aquello por lo que Vene-
            cia sucumbió. Aprendemos de los errores históricos de los demás co-
            mo de los nuestros propios. Puesto que nosotros somos un pueblo
            moderno, y queremos llegar a ser el más moderno, nuestro pueblo,
            al que la Society aporta el nuevo país, aceptará agradecido la cons-
            titución que le proporciona la Society. Pero donde surjan oposicio-
            nes, la Society las acallará. No puede dejarse dificultar su labor por
            individuos limitados y perversos.


                                            90
   82   83   84   85   86   87   88   89   90   91   92