Page 88 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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EL ESTADO JUDÍO
Idiomas
Quizás alguien piense en la dificultad que significa el que ten-
gamos más de un idioma común. Sin embargo, no podemos ha-
blar hebreo entre nosotros. ¿Quién de nosotros lo sabe lo bastan-
te como para pedir un boleto de tren? No hay quien pueda hacer-
lo. Con todo, la cosa es muy sencilla. Cada cual conserva su idio-
ma, que es la querida patria de sus pensamientos. Suiza constitu-
ye un ejemplo decisivo de la posibilidad de una federalismo lingüís-
tico. Seguiremos siendo, en el nuevo país, tales como somos aho-
ra; nunca dejaremos de amar con melancolía nuestras patrias, de
las que fuimos expulsados.
Nos desacostumbraremos de las marchitas y estropeadas jer-
gas, idiomas del gueto, de las que nos servimos actualmente. Eran
los idiomas clandestinos de los cautivos. Nuestros maestros se
ocuparán de esto. El idioma que sea más empleado en la vida de
relación se impondrá, sin violencia, como idioma principal. La
unidad de nuestro pueblo, es por cierto, única. En verdad nos re-
conocemos como pertenecientes al mismo pueblo tan sólo por la
fe paterna.
Teocracia
¿Tendremos, pues, una teocracia? ¡No! La fe nos mantiene
unidos, la ciencia nos hace libres. No dejaremos pues, de ningún
modo, que surjan veleidades teocráticas entre nuestros sacerdo-
tes. Sabremos retenerlos en sus templos, como retendremos a
nuestro ejército profesional en los cuarteles. El ejército y el clero
han de ser altamente respetados, como lo exigen y merecen sus
nobles funciones. No tienen que inmiscuirse en el Estado, que es
el que los designa, puesto que provocarían dificultades externas e
internas.
Cada cual es tan libre en su creencia o irreligión como en su na-
cionalidad. Y si se da el caso de que también vivan entre nosotros
gentes de otra religión y de otra nacionalidad, les conferiremos pro-
tección e igualdad de derechos. Hemos aprendido la tolerancia en
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