Page 96 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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EL ESTADO JUDÍO
            ¿Y se dirá aún que la empresa está condenada al fracaso, aun
         cuando consigamos el país y la soberanía porque sólo los más pobres
         se dirigirán a él? ¡A ellos los necesitamos, precisamente, al principio!
         Sólo los “desesperados” sirven para la conquista.
            ¿Dirá alguien que, de ser esto posible, ya se hubiera hecho?
            Antes no era posible. Ahora lo es. Hace cien, cincuenta años
         hubiera sido todavía una utopía. Hoy es una realidad. Los ricos que
         gozan de una visión conjunta de las conquistas de orden técnico,
         saben muy bien todo lo que se puede hacer con dinero. Y así su-
         cederá: precisamente los pobres y los simples, que ni siquiera sos-
         pechan el poder que el hombre posee sobre las fuerzas de la natu-
         raleza, son los que creerán más fervorosamente en el nuevo men-
         saje. Puesto que ellos no han perdido la esperanza de alcanzar la
         Tierra Prometida.
            ¡Judíos! ¡Aquí no hay ninguna fantasía, ningún engaño! Todos
         pueden convencerse de ello, puesto que cada uno lleva en sí al nue-
         vo país, un trozo de Tierra Prometida: uno, en su cabeza; otro, en
         sus brazos; el tercero, en su fortuna y posesiones.
            Podría parecer que es una cosa que exige mucho tiempo. En el
         mejor de los casos, habría que esperar aún muchos años hasta el co-
         mienzo de la fundación del Estado. Entretanto, en miles de lugares
         diferentes los judíos son maltratados, mortificados, injuriados, apa-
         leados, despojados y sacrificados. No: apenas empecemos a poner
         en ejecución el plan, el antisemitismo cesará en todas partes e inme-
         diatamente. Ni bien se constituya la Jewish Company, esta noticia
         se difundirá hasta los puntos más lejanos de la tierra por el relámpa-
         go de nuestros cables telegráficos.
            Y el alivio empezará de inmediato. De la burguesía salen nuestros
         intelectuales medios, que producimos en exceso, para integrar nues-
         tras primeras organizaciones formando nuestros primeros técnicos,
         oficiales, profesores, empleados, juristas, médicos. Y así adelantare-
         mos, rápidamente, pero sin sacudidas.
            En los templos se rezará por el éxito de la obra. También en las
         iglesias. Se trata de la liberación de un antiguo yugo bajo el cual to-
         dos sufrían.
            Pero, ante todo, tiene que hacerse la luz en las inteligencias. El
         pensamiento debe volar hasta los lugares más miserables, en los que


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