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Lo que vino después cambió todo y el mundo se apagó: toque de
            queda, fronteras cerradas, aeropuertos sin operar, y más. La paranoia se
            volvió colectiva en contra de una microscópica proteína desconocida.
            En Ecuador la situación fue impactante, traumática, con casos univer-
            salmente  conocidos. Pasaron días, semanas, meses y continuábamos
            encerrados en casa, lo que no significa que la familia estuvo abstraída
            del impacto. Desde España recibimos la noticia que familiares presen-
            taron sintomatología relacionada al Covid-19, ratificados en exámenes
            posteriores. La tristeza invadió el entorno, sin saber qué hacer a miles
            de kilómetros de distancia, pero enviando mensajes de ánimo, apoyo,
            pidiéndoles que no desmayen en la lucha.
               A dos meses del confinamiento la realidad era otra: toque de queda
            a las 19h00 con estrictos controles policiales para que nadie salga de
            la casa, medidas de seguridad inobjetables, crisis financiera y laboral,
            el sistema educativo se transformó en digital, los horarios cambiados,
            larguísimas jornadas. Todo esto, dentro de casa, con el sube y baja de los
            estados de ánimo de los miembros de la familia, situación que sin duda
            alguna se repitió en todos los hogares del mundo con el fin de resguardar
            la salud de la población.
               ¿Qué más se podía hacer dentro de la crisis? Apareció la telemedicina
            para ayudar a la sociedad durante la pandemia y participé de esta mo-
            dalidad, a través de la Escuela de Medicina de la Universidad en la que
            estudio, de las más importantes del país, lo que me permitió conocer y
            enfrentar el oculto dolor anímico y las consecuencias psicológicas ante
            eventos específicos como contagios o fallecimientos a causa de Covid-
            19, además de toda la alteración de los estados de ánimo producto del
            confinamiento como tal, a cualquier edad. Estoy seguro de que se podrán
            escribir colecciones enteras al respecto.
               Entonces, cualquiera que sea el escenario, contexto o actividad, la
            misma pregunta se repetía: “¿Cuándo pasará todo esto?” y la única res-
            puesta que yo podía dar, sea a mi familia, o a través de la herramienta
            descrita era: “No lo sé, quédese en casa y no salga”.
               Y me di cuenta de que no valoré, creo que nos pasó a todos, las activi-
            dades que era imposible ejecutar como disfrutar de una reunión familiar,
            ir de compras al supermercado, pasar por la biblioteca universitaria…la
            libertad en sí misma, de acción, decisión y movimiento. ¡Qué lección tan
            grande! Porque la vida es hoy, no después, porque mañana no sabemos.

               Han pasado los meses y estoy en el internado, tuve que irme lejos de
            mis seres queridos para afianzar mis conocimientos y ponerlos en prác-
            tica. El ambiente es diferente, lleno de normas de bioseguridad, las ru-
            tinas de limpieza a cada momento, batas y protectores faciales todo lugar,
            pero lo que me llama la atención es la diferencia en el comportamiento

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