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Pese a las medidas restrictivas de circulación y toque de queda, mi
               consultorio estaba lleno todo el tiempo. A ratos tenía ganas de cerrarlo
               un momento para descansar, pero era imposible, porque eran vidas las
               que estaban en juego. Y sucedió lo inesperado, ya que, pese a todas las
               conversaciones mantenidas, parientes cercanos llegaron contagiados,
               producto de una reunión familiar. Me recorrió el dilema de atenderlos
               o no, pensando en las posibles consecuencias que pudieran tener y el
               “qué dirán” el resto de familiares si yo fallaba en la atención, con las
               consecuencias emocionales para todos los que estábamos involucrados.
               ¡Yo era su esperanza para que no vayan al hospital! Menos mal, sus com-
               plicaciones no fueron graves y pudimos salir adelante con las recomenda-
               ciones realizadas. Jamás en mi vida había experimentado una sensación
               de pánico al atender a un familiar cercano como en esta ocasión. Otra
               lección de vida recibida a partir de ese momento.

                  De todas maneras, la expansión del virus dentro de la familia siguió,
               en este caso con mi esposo y mis suegros. Dadas las experiencias previas,
               ya no fui presa de la angustia; por el contrario, la fortaleza se apoderó de
               mi puesto me que convertía en el eje de acción a partir de ese momento,
               además que la bibliografía en relación a la enfermedad había aumentado
               con el paso del tiempo, entonces el campo de acción estaba más claro, res-
               pecto a semanas anteriores. No con esto digo que haya sido más sencillo,
               pero todo ese conocimiento servía de base para ejecutar varias acciones.
               En el caso de los hombres, no desarrollaron mayores complicaciones,
               no así mi suegra, quien a los ocho días ya tuvo que recurrir a oxígeno,
               lo cual nos ponía en altibajos anímicos. Entre las acciones realizadas la
               hidratación fue clave para el tratamiento, así como nebulizaciones e in-
               clusive uso de corticoide con el firme objetivo de detener la inflamación
               pulmonar. Es que las metas eran dos: salvar la vida y evitar el hospital.
                  Al décimo día, luego de constantes episodios de fiebre alta y otras
               complicaciones, la situación cambió de manera radical, para bien, lo cual
               sin duda alguna fue un alivio para todos, empezando por ella como es
               obvio. ¡Cuántas lecciones aprendidas en cada uno de los casos tratados!
               y mucho más con todos los familiares contagiados, viviéndolo de cerca
               como acabo de relatarlo. El resto de pacientes me pedían que los visite en
               sus domicilios, ante lo cual accedía puesto que las restricciones se habían
               flexibilizado. Pero la historia no termina allí.














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