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afloraron, en el contexto general para poder satisfacer a un mercado de-
            mandante de estos productos como nunca antes en su historia. A la hora
            de la hora, lo básico y trascendental era la protección personal y de los
            seres queridos.
               La hora de la verdad había llegado. En el umbral de la puerta de mi
            consultorio, dado que el personal de salud no tenía restricción de opera-
            ción, apareció un paciente con toda la sintomatología sugestiva de Covid-
            19. Hombre, chofer profesional de aproximadamente cuarenta años de
            edad, único responsable de llevar el sustento a su hogar. Con total fran-
            queza reconozco el recelo que sentí ante la posibilidad de atenderlo y que
            la sospecha se cumpla, pero ante el juramento hecho no podía evitarlo;
            por lo tanto, revisé a velocidad la poca información que había hasta el
            momento, lo invité a pasar y luego del análisis del caso iniciamos el tra-
            tamiento, en base a los síntomas presentados.
               En el transcurso del tiempo la descompensación fue notoria y además
            se negaba a ir al hospital a recibir oxígeno y otro tipo de asistencia, tanto
            que me repetía: “Doctora me pongo en sus manos y si tengo que fallecer
            fallezco en mi casa”. Era una frase lapidaria, ante la cual no podía opo-
            nerme porque era su voluntad, pero al mismo tiempo sí era crucial el
            manejo diario, aplicando toda la evidencia científica que se publicaba.
            La fiebre fue el elemento clave con el cual convivió una semana, hasta
            que llegó a estabilizarse, momento en el que desapareció y lo mismo su-
            cedió con la afección pulmonar, presentando mejoría, lo que me llevó a
            agradecer a la vida la oportunidad de indagar al respecto, mientras no lo
            dejaba desamparado. Una gran lección para valorar la vida y no olvidar
            la razón por la cual elegí este camino: servir a la comunidad.
               Por otro lado, llegaban a mi consultorio pacientes sin mayor sintoma-
            tología; presentando dolor de cabeza, pérdida de olfato y gusto, conjun-
            tamente con unas pruebas positivas de Covid-19. Vale destacar que un
            nuevo elemento había entrado en juego: el pánico. Este ingrediente llevó
            a algunos de los pacientes, a ingerir sustancias ácidas que se transfor-
            maba en gastritis aguda o presentaban opresión acompañada de la sensa-
            ción de falta de aire. “Es por prevención” decían, entonces además del
            tema médico, les indicaba que lo importante era seguir las recomenda-
            ciones médicas sin dar paso a otro tipo de decisiones basadas en rumores
            sin evidencia científica, que podrían llevarlos a tener otras enfermedades;
            entonces, el llamado a la serenidad era prescripción obligatoria en cada
            uno de los casos. Inclusive cabía la posibilidad de que varios, sin haberse
            realizado las pruebas específicas, ya se hubieran contagiado de manera
            asintomática, por lo que el refuerzo del mensaje de quedarse en casa fue
            fundamental.




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