Page 33 - Libro Orgullo y Prejuicio
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CAPÍTULO IX
      Elizabeth pasó la mayor parte de la noche en la habitación de su hermana, y por
      la  mañana  tuvo  el  placer  de  poder  enviar  una  respuesta  satisfactoria  a  las
      múltiples  preguntas  que  ya  muy  temprano  venía  recibiendo,  a  través  de  una
      sirvienta de Bingley; y también a las que más tarde recibía de las dos elegantes
      damas de compañía de las hermanas. A pesar de la mejoría, Elizabeth pidió que
      se mandase una nota a Longbourn, pues quería que su madre viniese a visitar a
      Jane  para  que  ella  misma  juzgase  la  situación.  La  nota  fue  despachada
      inmediatamente y la respuesta a su contenido fue cumplimentada con la misma
      rapidez.  La  señora  Bennet,  acompañada  de  sus  dos  hijas  menores,  llegó  a
      Netherfield poco después del desayuno de la familia.
        Si hubiese encontrado a Jane en peligro aparente, la señora Bennet se habría
      disgustado mucho; pero quedándose satisfecha al ver que la enfermedad no era
      alarmante,  no  tenía  ningún  deseo  de  que  se  recobrase  pronto,  ya  que  su  cura
      significaría  marcharse  de  Netherfield.  Por  este  motivo  se  negó  a  atender  la
      petición de su hija de que se la llevase a casa, cosa que el médico, que había
      llegado  casi  al  mismo  tiempo,  tampoco  juzgó  prudente.  Después  de  estar
      sentadas  un  rato  con  Jane,  apareció  la  señorita  Bingley  y  las  invitó  a  pasar  al
      comedor.  La  madre  y  las  tres  hijas  la  siguieron.  Bingley  las  recibió  y  les
      preguntó  por  Jane  con  la  esperanza  de  que  la  señora  Bennet  no  hubiese
      encontrado a su hija peor de lo que esperaba.
        —Pues  verdaderamente,  la  he  encontrado  muy  mal  —respondió  la  señora
      Bennet—. Tan mal que no es posible llevarla a casa. El doctor Jones dice que no
      debemos  pensar  en  trasladarla.  Tendremos  que  abusar  un  poco  más  de  su
      amabilidad.
        —¡Trasladarla! —exclamó Bingley—. ¡Ni pensarlo! Estoy seguro de que mi
      hermana también se opondrá a que se vaya a casa.
        —Puede usted confiar, señora —repuso la señorita Bingley con fría cortesía
      —, en que a la señorita Bennet no le ha de faltar nada mientras esté con nosotros.
        —Estoy segura —añadió— de que, a no ser por tan buenos amigos, no sé qué
      habría sido de ella, porque está muy enferma y sufre mucho; aunque eso sí, con
      la  mayor  paciencia  del  mundo,  como  hace  siempre,  porque  tiene  el  carácter
      más dulce que conozco. Muchas veces les digo a mis otras hijas que no valen
      nada a su lado. ¡Qué bonita habitación es ésta, señor Bingley, y qué encantadora
      vista  tiene  a  los  senderos  de  jardín!  Nunca  he  visto  un  lugar  en  todo  el  país
      comparable  a  Netherfield.  Espero  que  no  pensará  dejarlo  repentinamente,
      aunque lo haya alquilado por poco tiempo.
        —Yo  todo  lo  hago  repentinamente  —respondió  Bingley—.  Así  que  si
      decidiese dejar Netherfield, probablemente me iría en cinco minutos. Pero, por
      ahora, me encuentro bien aquí.
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