Page 38 - Libro Orgullo y Prejuicio
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—Ese cumplido no vale para Darcy, Caroline —interrumpió su hermano—,
      porque no escribe con facilidad. Estudia demasiado las palabras. Siempre busca
      palabras complicadas de más de cuatro sílabas, ¿no es así, Darcy?
        —Mi estilo es muy distinto al tuyo.
        —¡Oh! —exclamó la señorita Bingley—. Charles escribe sin ningún cuidado.
      Se come la mitad de las palabras y emborrona el resto.
        —Las  ideas  me  vienen  tan  rápido  que  no  tengo  tiempo  de  expresarlas;  de
      manera que, a veces, mis cartas no comunican ninguna idea al que las recibe.
        —Su  humildad,  señor  Bingley  —intervino  Elizabeth—,  tiene  que  desarmar
      todos los reproches.
        —Nada  es  más  engañoso  —dijo  Darcy—  que  la  apariencia  de  humildad.
      Normalmente  no  es  otra  cosa  que  falta  de  opinión,  y  a  veces  es  una  forma
      indirecta de vanagloriarse.
        —¿Y cuál de esos dos calificativos aplicas a mi reciente acto de modestia?
        —Una  forma  indirecta  de  vanagloriarse;  porque  tú,  en  realidad,  estás
      orgulloso de tus defectos como escritor, puesto que los atribuyes a tu rapidez de
      pensamientos y a un descuido en la ejecución, cosa que consideras, si no muy
      estimable,  al  menos  muy  interesante.  Siempre  se  aprecia  mucho  el  poder  de
      hacer cualquier cosa con rapidez, y no se presta atención a la imperfección con
      la que se hace. Cuando esta mañana le dijiste a la señora Bennet que si alguna
      vez te decidías a dejar Netherfield, te irías en cinco minutos, fue una especie de
      elogio,  de  cumplido  hacia  ti  mismo;  y,  sin  embargo,  ¿qué  tiene  de  elogiable
      marcharse precipitadamente  dejando,  sin  duda, asuntos  sin  resolver,  lo  que  no
      puede ser beneficioso para ti ni para nadie?
        —¡No! —exclamó Bingley—. Me parece demasiado recordar por la noche
      las tonterías que se dicen por la mañana. Y te doy mi palabra, estaba convencido
      de que lo que decía de mí mismo era verdad, y lo sigo estando ahora. Por lo
      menos,  no  adopté  innecesariamente  un  carácter  precipitado  para  presumir
      delante de las damas.
        —Sí, creo que estabas convencido; pero soy yo el que no está convencido de
      que te fueses tan aceleradamente. Tu conducta dependería de las circunstancias,
      como la de cualquier persona. Y si, montado ya en el caballo, un amigo te dijese:
      « Bingley,  quédate  hasta  la  próxima  semana» ,  probablemente  lo  harías,
      probablemente no te irías, y bastaría sólo una palabra más para que te quedaras
      un mes.
        —Con esto sólo ha probado —dijo Elizabeth— que Bingley no hizo justicia a
      su temperamento. Lo ha favorecido usted más ahora de lo que él lo había hecho.
        —Estoy enormemente agradecido —dijo Bingley por convertir lo que dice
      mi amigo en un cumplido. Pero me temo que usted no lo interpreta de la forma
      que  mi  amigo  pretendía;  porque  él  tendría  mejor  opinión  de  mí  si,  en  esa
      circunstancia, yo me negase en rotundo y partiese tan rápido como me fuese
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