Page 34 - Libro Orgullo y Prejuicio
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—Eso es exactamente lo que yo me esperaba de usted —dijo Elizabeth.
        —Empieza  usted  a  comprenderme,  ¿no  es  así?  —exclamó  Bingley
      volviéndose hacia ella.
        —¡Oh, sí! Le comprendo perfectamente.
        —Desearía  tomarlo  como  un  cumplido;  pero  me  temo  que  el  que  se  me
      conozca fácilmente es lamentable.
        —Es como es. Ello no significa necesariamente que un carácter profundo y
      complejo sea más o menos estimable que el suyo.
        —Lizzy —exclamó su madre—, recuerda dónde estás y deja de comportarte
      con esa conducta intolerable a la que nos tienes acostumbrados en casa.
        —No sabía que se dedicase usted a estudiar el carácter de las personas —
      prosiguió Bingley inmediatamente—. Debe ser un estudio apasionante.
        —Sí; y los caracteres complejos son los más apasionantes de todos. Por lo
      menos, tienen esa ventaja.
        —El campo —dijo Darcy— no puede proporcionar muchos sujetos para tal
      estudio. En un pueblo se mueve uno en una sociedad invariable y muy limitada.
        —Pero  la  gente  cambia  tanto,  que  siempre  hay  en  ellos  algo  nuevo  que
      observar.
        —Ya lo creo que sí —exclamó la señora Bennet, ofendida por la manera en
      la  que  había  hablado  de  la  gente  del  campo—;  le  aseguro  que  eso  ocurre  lo
      mismo en el campo que en la ciudad.
        Todo el mundo se quedó sorprendido. Darcy la miró un momento y luego se
      volvió sin decir nada. La señora Bennet creyó que había obtenido una victoria
      aplastante sobre él y continuó triunfante:
        —Por mi parte no creo que Londres tenga ninguna ventaja sobre el campo, a
      no ser por las tiendas y los lugares públicos. El campo es mucho más agradable.
      ¿No es así, señor Bingley?
        —Cuando estoy en el campo —contestó— no deseo irme, y cuando estoy en
      la ciudad me pasa lo mismo. Cada uno tiene sus ventajas y yo me encuentro
      igualmente a gusto en los dos sitios.
        —Claro, porque usted tiene muy buen carácter. En cambio ese caballero —
      dijo mirando a Darcy— no parece que tenga muy buena opinión del campo.
        —Mamá,  estás  muy  equivocada  —intervino  Elizabeth  sonrojándose  por  la
      imprudencia de su madre—, interpretas mal al señor Darcy. Él sólo quería decir
      que en el campo no se encuentra tanta variedad de gente como en la ciudad. Lo
      que debes reconocer que es cierto.
        —Ciertamente,  querida,  nadie  dijo  lo  contrario,  pero  eso  de  que  no  hay
      mucha gente en esta vecindad, creo que hay pocas tan grandes como la nuestra.
      Yo he llegado a cenar con veinticuatro familias.
        Nada,  si  no  fuese  su  consideración  por  Elizabeth,  podría  haber  hecho
      contenerse a Bingley. Su hermana fue menos delicada, y miró a Darcy con una
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