Page 37 - Libro Orgullo y Prejuicio
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CAPÍTULO X
      El día pasó lo mismo que el anterior. La señora Hurst y la señorita Bingley habían
      estado por la mañana unas horas al lado de la enferma, que seguía mejorando,
      aunque lentamente. Por la tarde Elizabeth se reunió con ellas en el salón. Pero no
      se dispuso la mesa de juego acostumbrada. Darcy escribía y la señorita Bingley,
      sentada a su lado, seguía el curso de la carta, interrumpiéndole repetidas veces
      con mensajes para su hermana. El señor Hurst y Bingley jugaban al piquet y la
      señora Hurst contemplaba la partida.
        Elizabeth se dedicó a una labor de aguja, y tenía suficiente entretenimiento
      con atender a lo que pasaba entre Darcy y su compañía. Los constantes elogios
      de ésta a la caligrafía de Darcy, a la simetría de sus renglones o a la extensión de
      la carta, así como la absoluta indiferencia con que eran recibidos, constituían un
      curioso diálogo que estaba exactamente de acuerdo con la opinión que Elizabeth
      tenía de cada uno de ellos.
        —¡Qué contenta se pondrá la señorita Darcy cuando reciba esta carta!
        Él no contestó.
        —Escribe usted más deprisa que nadie.
        —Se equivoca. Escribo muy despacio.
        —¡Cuántas cartas tendrá ocasión de escribir al cabo del año! Incluidas cartas
      de negocios. ¡Cómo las detesto!
        —Es una suerte, pues, que sea yo y no usted, el que tenga que escribirlas.
        —Le ruego que le diga a su hermana que deseo mucho verla.
        —Ya se lo he dicho una vez, por petición suya.
        —Me  temo  que  su  pluma  no  le  va  bien.  Déjeme  que  se  la  afile,  lo  hago
      increíblemente bien.
        —Gracias, pero yo siempre afilo mi propia pluma.
        —¿Cómo puede lograr una escritura tan uniforme?
        Darcy no hizo ningún comentario.
        —Dígale  a  su  hermana  que  me  alegro  de  saber  que  ha  hecho  muchos
      progresos con el arpa; y le ruego que también le diga que estoy entusiasmada
      con el diseño de mesa que hizo, y que creo que es infinitamente superior al de la
      señorita Grantley.
        —¿Me permite que aplace su entusiasmo para otra carta? En la presente ya
      no tengo espacio para más elogios.
        —¡Oh!,  no  tiene  importancia.  La  veré  en  enero.  Pero  ¿siempre  le  escribe
      cartas tan largas y encantadoras, señor Darcy?
        —Generalmente son largas; pero si son encantadoras o no, no soy yo quien
      debe juzgarlo.
        —Para mí es como una norma, cuando una persona escribe cartas tan largas
      con tanta facilidad no puede escribir mal.
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