Page 90 - Libro Orgullo y Prejuicio
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—, tu explicación me tranquilizaría. Pero me consta que eres injusta con ella.
      Caroline es incapaz de engañar a nadie; lo único que puedo esperar en este caso
      es que se esté engañando a sí misma.
        —Eso es. No podía habérsete ocurrido una idea mejor, ya que la mía no te
      consuela. Supón que se engaña. Así quedarás bien con ella y verás que no tienes
      por qué preocuparte.
        —Pero  Lizzy,  ¿puedo  ser  feliz,  aun  suponiendo  lo  mejor,  al  aceptar  a  un
      hombre cuyas hermanas y amigos desean que se case con otra?
        —Eso debes decidirlo tú misma —dijo Elizabeth—, si después de una madura
      reflexión encuentras que la desgracia de disgustar a sus hermanas es más que
      equivalente a la felicidad de ser su mujer, te aconsejo, desde luego, que rechaces
      a Bingley.
        —¡Qué cosas tienes! —dijo Jane con una leve sonrisa—. Debes saber que
      aunque me apenaría mucho su desaprobación, no vacilaría.
        —Ya me lo figuraba, y siendo así, no creo que pueda compadecerme de tu
      situación.
        —Pero  si  no  vuelve  en  todo  el  invierno,  mi  elección  no  servirá  de  nada.
      ¡Pueden pasar tantas cosas en seis meses!
        Elizabeth  rechazaba  la  idea  de  que  Bingley  no  volviese;  le  parecía
      sencillamente una sugerencia de los interesados deseos de Caroline, y no podía
      suponer ni por un momento que semejantes deseos, tanto si los manifestaba clara
      o encubiertamente, influyesen en el animo de un hombre tan independiente.
        Expuso a su hermana lo más elocuentemente que pudo su modo de ver, y no
      tardó  en  observar  el  buen  efecto  de  sus  palabras.  Jane  era  por  naturaleza
      optimista,  lo  que  la  fue  llevando  gradualmente  a  la  esperanza  de  que  Bingley
      volvería a Netherfield y llenaría todos los anhelos de su corazón, aunque la duda
      la asaltase de vez en cuando.
        Acordaron que no informarían a la señora Bennet más que de la partida de la
      familia,  para  que  no  se  alarmase  demasiado;  pero  se  alarmó  de  todos  modos
      bastante;  y  lamentó  la  tremenda  desgracia  de  que  las  damas  se  hubiesen
      marchado precisamente cuando habían intimado tanto. Se dolió mucho de ello,
      pero  se  consoló  pensando  que  Bingley  no  tardaría  en  volver  para  comer  en
      Longbourn, y acabó declarando que a pesar de que le habían invitado a comer
      sólo en familia, tendría buen cuidado de preparar para aquel día dos platos de
      primera.
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