Page 92 - Libro Orgullo y Prejuicio
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de Longbourn sería muy conveniente que él y su mujer hiciesen su aparición en
St. James. Total que toda la familia se regocijó muchísimo por la noticia. Las
hijas menores tenían la esperanza de ser presentadas en sociedad un año o dos
antes de lo que lo habrían hecho de no ser por esta circunstancia. Los hijos se
vieron libres del temor de que Charlotte se quedase soltera. Charlotte estaba
tranquila. Había ganado la partida y tenía tiempo para considerarlo. Sus
reflexiones eran en general satisfactorias. A decir verdad, Collins no era ni
inteligente ni simpático, su compañía era pesada y su cariño por ella debía de ser
imaginario. Pero, al fin y al cabo, sería su marido. A pesar de que Charlotte no
tenía una gran opinión de los hombres ni del matrimonio, siempre lo había
ambicionado porque era la única colocación honrosa para una joven bien
educada y de fortuna escasa, y, aunque no se pudiese asegurar que fuese una
fuente de felicidad, siempre sería el más grato recurso contra la necesidad. Este
recurso era lo que acababa de conseguir, ya que a los veintisiete años de edad,
sin haber sido nunca bonita, era una verdadera suerte para ella. Lo menos
agradable de todo era la sorpresa que se llevaría Elizabeth Bennet, cuya amistad
valoraba más que la de cualquier otra persona. Elizabeth se quedaría boquiabierta
y probablemente no lo aprobaría; y, aunque la decisión ya estaba tomada, la
desaprobación de Elizabeth le iba a doler mucho. Resolvió comunicárselo ella
misma, por lo que recomendó a Collins, cuando regresó a Longbourn a comer,
que no dijese nada de lo sucedido. Naturalmente, él le prometió como era debido
que guardaría el secreto; pero su trabajo le costó, porque la curiosidad que había
despertado su larga ausencia estalló a su regreso en preguntas tan directas que se
necesitaba mucha destreza para evadirlas; por otra parte, representaba para
Collins una verdadera abnegación, pues estaba impaciente por pregonar a los
cuatro vientos su éxito amoroso.
Al día siguiente tenía que marcharse, pero como había de ponerse de camino
demasiado temprano para poder ver a algún miembro de la familia, la
ceremonia de la despedida tuvo lugar en el momento en que las señoras fueron a
acostarse. La señora Bennet, con gran cortesía y cordialidad, le dijo que se
alegraría mucho de verle en Longbourn de nuevo cuando sus demás
compromisos le permitieran visitarles.
—Mi querida señora —repuso Collins—, agradezco particularmente esta
invitación porque deseaba mucho recibirla; tenga la seguridad de que la
aprovecharé lo antes posible.
Todos se quedaron asombrados, y el señor Bennet, que de ningún modo
deseaba tan rápido regreso, se apresuró a decir:
—Pero ¿no hay peligro de que lady Catherine lo desapruebe esta vez? Vale
más que sea negligente con sus parientes que corra el riesgo de ofender a su
patrona.
—Querido señor —respondió Collins—, le quedo muy reconocido por esta