Page 96 - Libro Orgullo y Prejuicio
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asombro  que  de  sus  sinceros  deseos  de  que  ambos  fuesen  felices,  ni  siquiera
      Elizabeth logró hacerle ver que semejante felicidad era improbable. Catherine y
      Lydia estaban muy lejos de envidiar a la señorita Lucas, pues Collins no era más
      que  un  clérigo  y  el  suceso  no  tenía  para  ellas  más  interés  que  el  de  poder
      difundirlo por Meryton.
        Lady  Lucas  no  podía  resistir  la  dicha  de  poder  desquitarse  con  la  señora
      Bennet manifestándole el consuelo que le suponía tener una hija casada; iba a
      Longbourn con más frecuencia que de costumbre para contar lo feliz que era,
      aunque  las  poco  afables  miradas  y  los  comentarios  mal  intencionados  de  la
      señora Bennet podrían haber acabado con toda aquella felicidad.
        Entre Elizabeth y Charlotte había una barrera que les hacía guardar silencio
      sobre  el  tema,  y  Elizabeth  tenía  la  impresión  de  que  ya  no  volvería  a  existir
      verdadera confianza entre ellas. La decepción que se había llevado de Charlotte
      le hizo volverse hacia su hermana con más cariño y admiración que nunca, su
      rectitud  y  su  delicadeza  le  garantizaban  que  su  opinión  sobre  ella  nunca
      cambiaría, y cuya felicidad cada día la tenía más preocupada, pues hacía ya una
      semana que Bingley se había marchado y nada se sabía de su regreso.
        Jane contestó en seguida la carta de Caroline Bingley, y calculaba los días que
      podía tardar en recibir la respuesta. La prometida carta de Collins llegó el martes,
      dirigida al padre y escrita con toda la solemnidad de agradecimiento que sólo un
      año  de  vivir  con  la  familia  podía  haber  justificado.  Después  de  disculparse  al
      principio, procedía a informarle, con mucha grandilocuencia, de su felicidad por
      haber obtenido el afecto de su encantadora vecina la señorita Lucas, y expresaba
      luego  que  sólo  con  la  intención  de  gozar  de  su  compañía  se  había  sentido  tan
      dispuesto  a  acceder  a  sus  amables  deseos  de  volverse  a  ver  en  Longbourn,
      adonde  esperaba  regresar  del  lunes  en  quince  días;  pues  lady  Catherine,
      agregaba, aprobaba tan cordialmente su boda, que deseaba se celebrase cuanto
      antes,  cosa  que  confiaba  sería  un  argumento  irrebatible  para  que  su  querida
      Charlotte fijase el día en que habría de hacerle el más feliz de los hombres.
        La vuelta de Collins a Hertfordshire ya no era motivo de satisfacción para la
      señora Bennet. Al contrario, lo deploraba más que su marido: « Era muy raro
      que Collins viniese a Longbourn en vez de ir a casa de los Lucas; resultaba muy
      inconveniente y extremadamente embarazoso. Odiaba tener visitas dado su mal
      estado de salud, y los novios eran los seres más insoportables del mundo.»  Éstos
      eran  los  continuos  murmullos  de  la  señora  Bennet,  que  sólo  cesaban  ante  una
      angustia aún mayor: la larga ausencia del señor Bingley.
        Ni Jane ni Elizabeth estaban tranquilas con este tema. Los días pasaban sin
      que  tuviese  más  noticia  que  la  que  pronto  se  extendió  por  Meryton:  que  los
      Bingley no volverían en todo el invierno. La señora Bennet estaba indignada y no
      cesaba  de  desmentirlo,  asegurando  que  era  la  falsedad  más  atroz  que  oír  se
      puede.
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